Cuando se es candidato antisistema bastan unas pocas ideas, pero claras. Jean-Marie Le Pen lo sabe y sabe también resumir sus ideas y las angustias de sus electores en una sola frase: 'Francia y los franceses, primero' o, lo que es lo mismo, 'preferencia nacional'.
La visión del mundo de Le Pen y de su partido, el Frente Nacional (FN), es la clásica de un grupúsculo que ve conspiraciones por todas partes y explica: 'Hubo un compló para intentar impedir que me presentase candidato', o piensa que la llegada de inmigrantes es 'fruto de una política que persigue la desaparición de Francia'. Su programa incluye la lucha por 'recuperar la soberanía', lo que equivale a denunciar el Tratado de Maastricht, recobrar el franco como moneda y defender 'la Europa de las naciones'. Las fronteras debieran volver a ser impermeables, y los aduaneros volver a sus garitas.
Le Pen ya no pretende resolver el problema del paro expulsando a tres millones de extranjeros, pero sí exige la salida de todos los clandestinos, abolir la ley que permite la reunión de las familias, reducir los casos de derecho de asilo y hacer más difícil el acceso a la nacionalidad. En nombre de la ley y el orden propone un referéndum para restablecer la pena de muerte para los 'delitos más graves' y la puesta en marcha de una política de construcción de cárceles y reformatorios. La idea base es la de 'tolerancia cero' o 'ningún delito sin sanción', asumidas por Chirac y Jospin.
El FN quiere reducir el impuesto sobre la renta poniendo en el 35% el porcentaje máximo y reducir los gastos públicos, entre ellos las pensiones de jubilación. La ayuda a la natalidad se dispara, pero sólo para los auténticos franceses, y se instiga la creación de un programa de viviendas sociales en el que los franceses de pura cepa pasarán por delante de los demás. Como era de esperar, el voto de los extranjeros debiera ser abolido incluso en las municipales.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 23 de abril de 2002