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COLUMNA

Requisito

Puede que a fin de cuentas sólo se trate de un formulismo que al remate no se concrete en nada. Que sea una maniobra de distracción para sustraer el interés a otro foco más incómodo. Incluso que este movimiento forme parte de la coreografía habitual de gestos a la galería para compensar al macizo. O que consista en un guiño para atraerse al reducto y evitar que Unión Valenciana llene el cazo. Y hasta que persiga aglutinar todos esos componentes, pero lo cierto es que con la exclusión de la licenciatura en filología catalana de la aptitud lingüística, Eduardo Zaplana ha echado unas latas de gasolina sobre las brasas del mismo incendio que presume de haber apagado con la Acadèmia Valenciana de la Llengua. Y un jarro de agua fría sobre la comunidad universitaria, a la que había prometido una nueva etapa de consenso y diálogo hace apenas unas semanas. El hecho de que eligiera un 25 de abril, día en que las tropas borbónicas aplastaron la expectativa foral valenciana, no es gratuito. Como tampoco lo es que haya actualizado e incrementado el argumentario de Eliseu Climent para la manifestación de esta tarde, sin otro objetivo que el desmadre de sus cachorros le empuje más, si cabe, hacia el eje del centro. De cualquier modo esta ingeniería de aparejador constituye un insulto al pueblo valenciano. Estos movimientos de trilero sobre la más sentida de nuestras señas de identidad, en aras de la confusión y el beneficio partidista, ya nos costaron muy caros tras la muerte de Franco. Entonces, el partido del pubescente Zaplana, UCD, a sabiendas de que pervertía la realidad, envenenó la lengua y la convivencia de los valencianos sólo para desgastar al adversario, el PSOE, y obtener el máximo rédito político, que resultó insignificante comparado con las pérdidas que ocasionó al pueblo y a la propia organización. El Estatuto de Autonomía se aprobó tarde -y tan mal que Zaplana ahora vuelve sobre lo mismo-, y el descrédito de los valencianos en Madrid fue proporcional al desdén que demostrarían los presupuestos de las grandes infraestructuras. Que Zaplana continúe removiendo ese caldero con insistencia sólo puede significar que no se enteró de nada o que, como a UCD, se la refanfinfla.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 27 de abril de 2002