Hace ocho meses, los publicitarios de la Liga de las Estrellas anunciaban sin rechistar un duelo majestuoso entre Zidane y Saviola. Entonces, ni el familiar más cercano de Baraja habría pronosticado que este vallisoletano de 26 años iba a meter una cuña entre las megaestrellas de la alta burguesía.
Pues este chico que empezó la temporada con cara de perdedor -dos finales de Copa frustradas con el Atlético, un descenso en el Manzanares y un resbalón en Milán ante el Bayern con el Valencia- y que pasó un calvario en los primeros cinco meses del torneo por una misteriosa lesión de rodilla, es el rey de reyes de la Liga. Él sólo ha hechizado a todo el Valencia, al borde del precipicio hasta su rehabilitación a finales de 2001. Él solito ha marcado seis goles en 15 partidos y, pese a su condición de centrocampista, ya es el más productivo de un equipo rácano en ataque.
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La explosión de Baraja ha puesto al Valencia en la cima, algo que en los últimos 31 años no consiguieron conspicuos como Kempes, Morena, Mijatovic, Penev, Romario o Piojo López. Y lo ha hecho en un curso que arrancó con la huida de Mendieta, santo y seña del club. Su espantada, valorada en 48 millones de euros, fue suplida con cinco futbolistas de rango medio a cambio de 42,8 millones: Curro Torres, Rufete, Mista, Salva y De los Santos. También aterrizó un novato en las alturas, Rafa Benítez. Por nombres y cifras -todos los fichajes juntos costaron 24 millones menos que Zidane-, el Valencia parecía condenado a flotar a rebufo de la élite. Un mayúsculo patinazo de los agoreros, que tienen ante sí, salvo hecatombre, al campeón. Un líder que la próxima jornada viaja a Málaga, un equipo al que aplaudir, que sin un duro tiene la UEFA ante sus narices.
Otro tropiezo de los quinielistas ha sido el entierro prematuro del Rayo, al que el 4-2 al Athletic casi le ha anclado en Primera, lo que ya ha logrado el Sevilla. Todo lo contrario que el Zaragoza y el Mallorca, arrinconados un poco más por el Celta y el Betis -ya tiene plaza segura en Europa-, respectivamente. En Zaragoza, la ira de la hinchada hizo que técnicos, jugadores y directivos tardaran horas en dejar la Romareda. Lo hicieron camuflados en un autobús y las cosas están tan agrias que la policía recomendó suspender el entrenamiento de hoy. Otro batacazo, y bien gordo, se lo llevó el Tenerife, al que el Valladolid sepultó con estrépito (1-5). Lussenhoff acabó a golpes con algunos aficionados en una trifulca monumental. A esta Liga le falta mucha cordura.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 29 de abril de 2002