"¡Adiós a Segunda, adiós! ¡Adiós a Segunda, adiós!". Ése fue el grito que recorrió la espina dorsal del dios Neptuno. Ayer, 721 días después, el Atlético asomó la cabeza de nuevo en la Primera División y su hinchada se emborrachó de cánticos, saltos sobre el pavimento, sobresaltos con el ruido de los petardos y vaporosas luces rosas de las bengalas. Unos 20.000 seguidores rojiblancos acordonaron a Neptuno y gritaron a pleno pulmón su liberación: "¡Adiós a Segunda, adiós!".
La plantilla improvisó una cena informal, que concluyó con una visita al santuario atlético
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Mientras tanto, la plantilla rojiblanca, casi igual de excitada, timbrazo a timbrazo, telefonazo a telefonazo, también planeaba tomar el santuario rojiblanco. Al final, el boca a boca iniciado por Movilla y Aguilera no funcionó. Futre decidió que no era buena idea y hubo cambio de planes. La toma del dios se retrasó hasta la madrugada y, en cambio, se programó una inesperada cena en un popular y céntrico asador, que concluyó con varios jugadores recorriendo velozmente y a bocinazo limpio el Paseo de la Castellana, rumbo a Neptuno.
Una celebración íntima a la que no asistió todo el plantel rojiblanco. Fernando Torres, el gran tótem del equipo en la temporada para los aficionados, repartía sonrisas tras sonrisas embutido en una ligera cazadora vaquera. Correa, con los botones de la camisa desabrochados, sonreía sin demasiada convicción y dedicaba el ascenso, por ese orden, a su familia y a la afición.
Una afición que también estuvo representada en la puerta del local. Los aficionados, más bien jóvenes aficionadas, se encaramaron a las ventanas del establecimiento para sorprender a sus ídolos. "¡He visto a Luis Aragonés y a Dani!, que es el que más me gusta", confesaba una chiquilla de unos 14 años. La cena, calificada de íntima por Carlos Aguilera, el capitán del equipo, será el prólogo a una cena oficial, con asistencia de todos los estamentos del club que se celebrará mañana.
Pero mucho antes, a las ocho y media de la tarde, unos minutos después de confirmarse el ascenso, los coches que circulaban por la Castellana no hacían más que pitar, las primeras banderas ocupaban la vía y la marejadilla rojiblanca se iba convirtiendo en marejada mientras la luz del día se extinguía. Señores mayores con puro, jóvenes con pendiente en la oreja, niños y niñas con sus papás, mujeres de mediana edad y mascotas, todos enfundados en camisetas del Atlético, iban ensanchando el círculo del festejo mientras la Policía Nacional iba cediendo metros y carriles de la vía. Neptuno, aislado por unas vallas marrones y completamente seco por decisión municipal, era testigo de la exaltada explosión rojiblanca. Una explosión que produjo algunos incidentes con los agentes. La policía cargó en varias ocasiones contra los seguidores más cercanos a la fuente, lo que ocasionó varias desbandadas y el lanzamiento de objetos por parte de algunos hinchas.
Gritos de advertencia al vecino, el Real Madrid, a quien se le deseaba lo peor para su centenario además de dedicarle algunos calificativos muy poco halagüeños, y la solemnidad del himno colchonero coreado con palmas, se convirtieron en los eslóganes más populares de la noche. Las cuatro letras de neón azul del hotel Ritz iluminadas avisaron de la llegada de la oscuridad y con ella de las botellas de champaña y otras bebidas alcohólicas. La policía, cada vez más acorralada, decidió defender su fortín, la fuente, y dejar que la hinchada se adueñase de todo el perímetro de la plaza. "A Neptuno le falta una bandera", gritaba la gente, y al tanto un seguidor atlético coronaba la cercana fuente de la diosa Cibeles con la insignia rojiblanca. Poco después el clamor popular, se convirtió en realidad y a un aficionado se le permitió encaramarse hasta el tridente de Neptuno para enrollar una tela de color rojo y blanco.
Pero antes de que eso ocurriera, cuando aún los coches llenos de banderas y alegría cruzaban en dirección a la glorieta de Atocha, apareció un pequeño Seiscientos pintado de rojiblanco con una leyenda escrita en uno de sus laterales: "Soy más atlético que imperioso, soy un terremoto". El pequeño utilitario, testigo de otras épocas, fue zarandeado con júbilo por los hinchas más enfervorecidos.
Uno de ellos, un chaval, hacía guardia desde la mañana en la plaza, anticipándose a la fiesta. "Lo sabía, el Atleti es así. Sabía que no podíamos subir en el momento en el que todos lo esperaban, nos tenían que hacer sufrir hasta el último momento. Así que he preferido venir y ser el primero en festejar este momento", afirmó mientras movía el cuerpo al ritmo de las consignas que coreaban los seguidores que tenía más próximos.
Una fiesta espontánea a la que no acudió el presidente de la entidad, Jesús Gil, "estoy muy, muy cansado, no estoy para salir de casa, la grúa la he dejado aparcada", arguyó el dirigente. Gil, además, anunción que en unos 15 días abandonaría la presidencia del equipo rojiblanco.
Quienes sí asistieron al encuentro con la algarabía popular fueron el vicepresidente Lázaro Albarracín, junto al consejero y presidente de las peñas, Miguel Pérez. Aunque abandonaron el lugar un poco antes de que aficionados y policía tuvieran su pequeño encontronazo.
A lo largo de la noche los coches deportivos fueron estacionándose por las cercanías del restaurante, donde una parte de la plantilla atlética trataba celosamente de celebrar el ansiado ascenso sin ningún espectador. Carlos Aguilera calificó la cena de "reunión de amiguetes". Después, el grupo decidió acercarse hacia la fuente sagrada de los rojiblancos.
Uno de los últimos en llegar fue Abel Resino, el que fuera mítico guardameta del Atlético y ahora parte de su staff técnico. Abel, muy trajeado, confesó su "enorme alegría" pero entró apresuradamente al local en el que ya estaban los jugadores y el técnico, Luis Aragonés, desde hacía bastantes minutos.
Paulo Futre, el director deportivo de la entidad, sujetaba el hombro de uno de los capitanes, Santi, y los dos reían mostrando así la cara más alegre de un ascenso postergado.
Los aficionados, que a esas alturas de la noche ya se habían dispersado por las calles cercanas a Neptuno y disfrutaban del éxito en los locales del barrio, contribuyeron a que la poco animada noche del domingo cobrase un color inesperado. Sin embargo, no todos los hinchas rojiblancos se quedaron deambulando por las proximidades de la fuente. En un goteo intermitente se fue corriendo la voz del lugar en el que los jugadores lo estaban celebrando, con lo que una de las tranquilas calles de una zona residencial de Madrid, se empezó a llenar de camisetas rojiblancas mayoritariamente con el nombre de Fernando Torres impreso en su reverso.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 29 de abril de 2002