Toc, toc: silencio. Nadie responde cuando se llama a la puerta de improvisadores trascendentales como Lee Konitz (Chicago, 1927) o Paul Bley (Montreal, 1932). Los de su categoría están ajenos a lo humano para comprender lo divino. La recompensa es una música severa que se rige por códigos exigentes. La relación de Konitz con el metal parece simbiótica. Es natural, lo conoce desde hace casi 60 años. Suena frágil, pero responde a décadas de colosal aprendizaje.
Después de escuchar a Konitz, hasta el parco ascetismo de Bley se antojó un vergel. Quienes esperaban una melodía familiar tuvieron que esperar a que el dúo atacase algo que pareció ser Sweet & lovely. Por supuesto, la versión no fue dulce. Muy al contrario, rebuscaron en los dobleces rítmicos más recónditos y negociaron hasta las últimas y más arduas implicaciones armónicas. Más reconocibles resultaron las melodías clásicas de Indian summer, Cherokee y Lady Bird. Sorprendentemente, Konitz pidió la colaboración del público para darle sentido al título de su propina, Alone together, y Bley atacó un I love you Porgy. Concesiones mínimas de dos músicos que han labrado su prestigio, precisamente, evitándolas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 29 de abril de 2002