El nuevo valor de la torería ha llegado y besado el santo, según el conocido dicho, que lo mismo sirve para un roto como para un descosido. Pero dejemos las reflexiones sanchopancescas y al toro.
Estuvo César Jiménez sobrado con la espada, a pesar de algún pinchazo. Variado con la muleta y no con el capote, bien utilizado en la brega, pero sin lucimiento ni limpieza cuando tocaba pintar la verónica o hacer quites vistosos y de variado concepto. Y muy a su pesar, por debajo de la encastada novillada de Fuente Ymbro.
El joven valor digamos que no acabó de encajar el picante del primero, y que al segundo no le cogió la distancia, aunque diera algún derechazo de nota. En el tercero empezó el trasteo de rodillas y se vislumbró color y maneras, al embarcar el muletazo, mas acentuó el pernicioso codilleo y seguía dando medios muletazos. En el cuarto prolongó más el toreo sin rematar en el talón contrario, y cierta tozudez y hacer mecánico.
Pero salió el quinto, que se vino arriba en banderillas, y que había recibido con dos largas cambiadas de hinojos en el tercio, y César Jiménez ya fue gente con la muleta. Entonado en el torero en redondo y profundo en dos series ligadas de naturales, al buen novillo noble y encastado.
Decidido
Salió decidido en el sexto, que recibió con una chicuelina comprometida en el platillo, y realizó una faena en donde una serie de redondos de rodillas, como prólogo, fue lo más acabado. Después el codilleo y el toreo posmoderno. Ahora, se tiró a matar sin trampa ni dudas, agarró un espadazo, fue arrollado sin consecuencias, y consiguió salir a hombros.
Tras despachar seis novillos, sin agobios ni pinturería, serio y arrojado siempre que se sacudía la mandanga y olvidaba la faena estudiada en la pizarra. Unos que sí y otros que non, y el joven madrileño aupado camino de la calle de Alcalá. Casi nada. Gloria bendita para el César.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 29 de abril de 2002