¿Qué les parecería si después de llevar 45 minutos en una comisaría para denunciar un robo, no habiendo más que usted y un grupo de policías ociosos viendo la televisión, vociferando, derrochando carcajadas y conversando sobre la mariscada que celebrarán próximamente, mientras le ignoran hasta pensar que se ha vuelto invisible, el inspector jefe (al que el cargo le concede el derecho a la prepotencia suma) le dice que están muy liados porque al día siguiente viene el Rey a esa ciudad y que (palabras textuales) 'como se podrá imaginar, eso nos preocupa mucho más que usted...'? Eso después de necesitar tres intentos hasta conseguir redactar la denuncia fiel a los hechos que les contaba sin fallos del tipo '... la denunciante... manifiesta... la sustracción de las placas y documentación del vehículo...'. ¡¿Y el coche?! ¿El robo del coche no importa? Fallo del ordenador, por supuesto... Al salir de la comisaría, el quedarme sin coche quedó relegado a un segundo plano por la indignación del trato recibido por quien se supone está 'al servicio del ciudadano'.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 1 de mayo de 2002