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REPORTAJE

'Pita yaaaaa'

La hinchada blanca pasó de sufrir a divertirse merced a Raúl

Los milagros casi nunca existen. Casi siempre se acaba imponiendo la lógica de las cosas. El Real Madrid ya está en Glasgow, camino de su novena Copa de Europa, camino de imponer su jerarquía en el fútbol continental, viviendo la segunda edad de oro de su historia justo en el año de su centenario, salvado al final tras haber perdido la Copa del Rey y casi la Liga. En definitiva, el Madrid está en la final.

El partido acabó anunciándose desde megafonía la venta de entradas para la final

Queda eso sólo del partido de ayer, pese a todo el desgaste del Barça, al que le faltaron varios palmos para hacer realidad un sueño casi imposible. Únicamente tendrá un consuelo: el Bernabéu no vivió un festín a su costa. El estadio se pasó todo el tiempo temiendo un rebote, un balón tonto -en un terreno incomprensiblemente encharcado por exceso de riego- un posible trallazo de Luis Enrique, una internada de Overmars. Como el gol que metió Iván Helguera en propia puerta. Pero eso fue todo. La realidad es inapelable: al Barça le quedan sólo las migajas europeas y su único objetivo es estar en la próxima edición de la Liga de Campeones. Justo igual que el año pasado. Y un castigo aún más cruel: el Barça confirmó ayer su tercera temporada en blanco, con un proyecto reventado y con las dudas que corroen al club de arriba abajo. El equipo azulgrana añoró ayer más que nunca y con nostalgia a Rivaldo.

No se trata de una cuestión de fortuna. Posiblemente, la diferencia entre el Madrid y el Barça esté en la madera. Los azulgrana enviaron en la semifinal tres balones al palo (Kluivert, Geovanni en Barcelona y ayer el zambombazo de Rochemback que rozó Kluivert). Y al Madrid le sobró talento para que Zidane y McManaman golearan en el Camp Nou y para que Raúl, ayer, metiera un golazo justo en el momento preciso. Fue un balón fortísimo y colocado, que pasó como una exhalación ante Bonano. El Bernabéu gritó de éxtasis y liberó toda la angustia, todos los nervios y todo el miedo acumulado. Como si dos goles de ventaja no fueran bastante. Como si pesara como una losa el disgusto de despedirse prácticamente de la Liga en Anoeta. Como si flotara el recuerdo de la final de Copa rel Rey perdida ante el Deportivo. El pavor, el pánico a sufrir estaba ahí. "¡Pita yaaaaa!". Era el minuto 43 y el estadio estaba tan silencioso que se escuchó perfectamente como un aficionado solicitaba a Collina que silbara el final de la primera parte. El Barça entonces estaba acosando al Madrid -acababa de enviar el balón al palo- y calcando el encuentro de ida. Volvió a tener la pelota, volvió a moverse bien, merodeaba con facilidad por el área de César pero le faltó lo de siempre: el gol. No sirvieron de nada los gestos de rabia de Luis Enrique, el temple de Abelardo, el coraje de Puyol o la cordura de Xavi y los intentos de Saviola por marcar el gol del año. El único gol que le dio algo de vida en la semifinal (3-1) fue en propia puerta. En el palco, sólo aplaudia el Principe Felipe de Borbón.

El Bernabéu tocó el cielo con el gol de Raúl y alguno de los 2.500 hinchas azulgrana perdió la cordura e, imitando lo sucedido recientemente en Sevilla, lanzó dos bengalas que cayeron como bolas de fuego sobre los seguidores blancos situados junto al césped. Fue el momento más crítico de una semifinal calentada justo antes de partido con la agresiones de los Ultras Sur. No necesitaba eso el Barça, que sólo pretendía jugar con dignidad y no desdeñar el posible milagro. E hizo mucho porque se deprimió tanto tras el partido de ida que temía una humillación en el Bernabéu. Pero los papeles se cambiaron con una rapidez inusitada tras el favor inmenso que le hizo la Real Sociedad al Barça. Sin nada que perder, los azulgrana traspasaron sus nervios al Madrid, que apareció angustiado, como si de repente aflorase la presión añadida que se había impuesto a principio de temporada por lograr el triplete. Seguramente, algo de culpa tuvo Carles Rexach, que convivió tantos años con Johan Cruyff, maestro en manejar la presión y que tiró de flema para decir anteayer, ante la sorpresa de los madridistas, que prefería al Manchester United en la final de la Liga de Campeones. No le intimidó mucho al equipo el impresionante paisaje con que le recibió el Bernabéu, que parecía un terrón de azúcar con su inmenso mosaico y el himno de sus cien años. Ni la enorme pancarta del centenario con los dibujos de sus 57 copas, ocho de ellas de Europa, ni con los insultos de los radicales.

Difícilmente podía acusar eso el Barça, que llegó consciente de que Glasgow entraba casi en el terreno de la utopía, sabiendo que estaba cerca de ratificar una terrible travesía del desierto. Por todo eso jugó bien, tranquilo, sin inmutarse ante los gritos de Hierro, ignorando a Figo -abucheado y sustituido- y lamentando el balón al poste de Rochemback, en una jugada que concluyó con César sangrando por el pómulo. Pero avisó Zidane, avisó Guti y un grandioso Raúl no falló. Helguera hizo un enorme regalo y dio vida al Barça, que volvió a mostrarse impotente fallando goles increíbles, soportando el "Oe, oe, oe" final, con banderas saludando a Escocia y escuchando por la megafonía un mensaje tan cruel como definitivo: "Las taquillas se abren para comprar entradas para la final de Glasgow".

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 2 de mayo de 2002