Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
COLUMNA

Compasión

Mientras escribo esto, el señor Kofi Annan está considerando la disolución de la comisión que debía investigar lo ocurrido en el campamento de refugiados palestinos de Yenín. Y los miembros de la comisión aguardan en Ginebra a que se decida su destino. Cuando ustedes lean esta columna ya sabrán (o no) qué ha pasado, pero quiero expresar desde aquí mi profunda compasión hacia esa pobre gente con gastos pagados a cargo de la ONU, que ha tenido que matar el tiempo contemplando escaparates con relojes en la excitante ciudad suiza, mientras su señor Kofi se interrogaba sobre si es torrefacto o soluble a las presiones del Gobierno israelí. El dilema de Kofi era peliagudo, desde luego: disolver para no seguir pagando dietas o alquilar a un grupo de afiliados a la ONCE para que visiten Yenín, opción más del gusto de Sharon, siempre que pudiera arrebatarles los bastones.

Dirán ustedes: 'Que les zurzan, a los miembros'. Pensarán: 'Quién pudiera pasar unos días gratis, aunque fuera en Ginebra'. Bueno, pues yo no suscribo. Ya que no me permiten sufrir por Yenín, sufriré por la comisión. Condenadamente. Ya sé que a Sharon le va a pasar, al menos moralmente, lo que a cualquier tipo que, demandado por paternidad, se negara a someterse al análisis del ADN. Resultará sospechoso de culpabilidad y la comunidad mundial se va a poner tiritas en los ropajes después de habérselos rasgado de puro escarnio.

Pero esa comisión, todo el puñetero día con el coche oficial arriba y abajo, visitando las famosas fuentes clónicas de Ginebra, contemplando vitrinas y viendo salir el chorrito del lago. Supongo que añadiremos sus dietas, viajes, gastos de gasolina y acaso la factura de un ocasional ir de putas eslavas a la suma que Israel ya debe a la rasgada comunidad mundial por destrucción de bienes y de vidas. Que no falte de nada.

En cuanto a esta nueva bajada de listón respecto a mis aspiraciones en el ámbito de la política internacional, espero que los lectores no me la tengan en cuenta. Es el efecto colateral de haber tenido que tararear el Primero de Mayo La marsellesa, entrañable himno nacional francés que tenía relegado al recuerdo del café de Rick en Casablanca.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 2 de mayo de 2002