Anonadado quedé el 29 de abril leyendo la carta en la que un catedrático de la Universidad de Sevilla, Manuel Lozano Leyva, ridiculiza y menosprecia gratuitamente, mediante el ejemplo del pajarito bebedor, algo tan necesario en la enseñanza de las ciencias experimentales como es acercar los fenómenos físicos a los estudiantes, a través de experiencias sencillas y llamativas que forman parte de la vida cotidiana. Y los juguetes son, efectivamente, unos ejemplos extraordinarios.
Además, me llamó la atención su parecer sobre cómo debe enseñarse la física en el instituto: con rigor y, por tanto, con ecuaciones, con profesores entusiastas y bien formados y con libros bien escritos y sin colorines, decía. Según él, ni lo uno ni lo otro abunda hoy en la enseñanza.
Me da la impresión de que hace mucho tiempo que este profesor no se acerca a los institutos, pues en ellos, además de profesores entusiastas y bien formados que, superando deficiencias e inconvenientes, nos esforzamos en hacer de la enseñanza de la física mucho más que una simple sucesión de ecuaciones y cálculos matemáticos, existen magníficos libros -con dibujos, fotografías y esquemas a todo color y con todo el rigor posible en la enseñanza secundaria- que permiten enriquecer y aclarar los conocimientos y ayudan a mitigar el esfuerzo que todo aprendizaje requiere.
Pues de eso se trata y no de que ese esfuerzo suponga una incesante e ineficaz tortura.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 3 de mayo de 2002