Cuando en junio de 2001 el argentino Hugo Morales marcaba un gol en Butarque, ante el Leganés, y lo colocaba de nuevo en la Primera División, todo el Tenerife, el club y su entorno, sabía que la temporada siguiente iba a ser fundamental para el futuro. Las dificultades económicas en un fútbol marcado por la inflación hacían pensar que iba a ser de gran sufrimiento y que el objetivo sería salvar como fuera la categoría. Pero los malos presagios se confirmaron y, tras nueve meses de angustia e impotencia, el equipo canario regresa al infierno.
A pesar de reconocer los problemas para montar una plantilla competitiva, el análisis del descenso responde a más claves. Todo arrancó al final de la pasada campaña. A Rafa Benítez, el entrenador que había conseguido el ascenso con seriedad y buen criterio, aunque tuviera detractores por su excesivo conservadurismo, no se le renovó el contrato porque sus relaciones con el Consejo de Administración no eran las adecuadas. De hecho, él mismo movió ficha aceptando el reto del Valencia.
Otro hándicap era la marcha de muchos jugadores cedidos, como Luis García, que regresó al Valladolid, o Curro Torres, al Valencia. También se fue Mista a la ciudad del Turia tras haber concretado su traspaso a mitad de la temporada.
Además, en la secretaría técnica ya no estaba Santiago Llorente, que había destacado por sus fichajes en la etapa gloriosa del cuadro. El presidente, Javier Pérez, había recurrido a él para confeccionar una plantilla que propiciara el retorno a la élite. Llorente cumplió bien su trabajo, pero decidió irse con una oferta del conjunto de su tierra, el Valladolid. En su lugar dejó al que fuera santo y seña del Tenerife europeo, Felipe Miñambres.
El primer objetivo era la contratación de un nuevo técnico. Felipe, fiel a los esquemas ofensivos que le impregnó en su día Jorge Valdano, buscó a uno de ese perfil y lo encontró en Pepe Mel, muy joven y que había plasmado esa filosofía en el Murcia. Era una apuesta arriesgada porque Mel debutaría en Primera con un plantel justito y sin tener la experiencia necesaria para manejar estas situaciones. Ahí podría estar otra de las claves del fracaso.
Tampoco resultó eficaz la composición del grupo. Algunos de los jugadores que se quedaron tenían aval suficiente: Lussenhoff, Marioni, Alexis, Hugo Morales o Basavilbaso. Sin embargo, otros eran debutantes: Martí, Aragoneses, Charcos e Hidalgo. A todos ellos se unieron otros de escasa experiencia y también nuevos en la categoría, como Venta, Xisco o Bermudo, y otros desconocidos en nuestro fútbol, como el portugués Bino y los argentinos Fuertes y Bassedas. Con el curso avanzado, recalaron otros con más guerras libradas, como Manel, Jaime o Ania. Pero era un conglomerado difícil de ordenar y Mel lo tuvo muy complicado desde el principio. Su esquema ofensivo era casi suicida, sobre todo por la ineficacia ante la portería rival. Muy pronto el sistema que pregonaba, con rombo en el centro y dos delanteros, sucumbió frente al del doble pivote. Pero ni así llegaban los buenos resultados. Después de caer ante el Rayo Vallecano (2-0) fue destituido.
El Consejo se decantó entonces por el polémico Javier Clemente frente a la postura de Felipe, que optó por abandonar el club. Mientras los estamentos se quebraban, se volvía a poner de manifiesto que el problema no era sólo de dirección. El equipo no tenía el nivel adecuado. La entrega estaba asegurada, pero se necesitaba algo más. Un equipo sin desborde por las bandas o sin posibilidad de dar un pase en profundidad era carne de Segunda. Y eso, poco a poco, se confirmó.
La respuesta de los aficionados ha sido de resignación. Aunque en los últimos choques llenaron el estadio para arropar al equipo, poco pudo hacer para evitar la catástrofe. Incluso algunos desalmados volvieron a protagonizar graves incidentes con Lussenhoff y Marioni como en en su día con Juanele y Ballesteros. Ahora ya sólo cabe esperar que se cumpla otro sueño y que la vuelta entre los grandes no tarde demasiado.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 12 de mayo de 2002