El goleador de la legendaria final de la Copa de Europa de 1960, Ferenc Puskas, de 75 años, llegó ayer a Glasgow a pesar de una enfermedad degenerativa que le mantenía postrado en Budapest. La UEFA le ha invitado, junto al resto de los veteranos del Madrid y el Eintracht que se enfrentaron en aquel partido, a presenciar la final de hoy. Cuarenta y dos años más tarde, volverá a estar en en el Hampden Park. Será en las gradas, no en el césped, donde llenó de goles mágicos, junto a Di Stéfano, aquella histórica efémerides para el madridismo.
"¡Alfredo, ha venido Puskas!", le gritó el presidente del Madrid, Florentino Pérez, a Di Stéfano cuando se enteró de la llegada del héroe húngaro, ayer a las once de la mañana en Escocia, procedente de Londres. El Mayor de Hungría, o simplemente Pancho, como le dice su amigo Di Stéfano y todos sus ex compañeros, sufre una especie de esclerosis cerebral que le tiene postrado desde hace más de un año. Prácticamente ha perdido la memoria, y su estado de salud empeora semana a semana. Por eso Florentino Pérez recibió con sorpresa la noticia. Nadie le esperaba en la gran cita.
Puskas fue la primera estrella mundial del fútbol en la década de los 50. Cuando le fichó el Madrid estaba en el exilio, jugando partidos amistosos para ganarse la vida y "prácticamente retirado", según recuerda Paco Gento. Había perdido la final del Mundial de Suiza con Hungría, frente a Alemania, y y el equipo se había disgregado. Era otro emigrante más, que recaló en España, como Kocsis, Czibor, o Kubala, por un camino distinto.
Disparo extraordinario
Muchos le dieron por acabado. Pero se equivocaban de plano. Puskas no sólo no estaba acabado sino que participó en la obtención de tres Copas de Europa con el Madrid, incluida la que levantó tras disputar la final de 1960 en Glasgow. "¡Y estaba gordo!", dice Gento, "pero era extraordinariamente bueno. Yo le tiraba los centros y me volvía sin mirar porque sabía que eran gol. Si le llegaban, eran gol". Tiraba como nadie. Con una potencia extraordinaria.
En aquél Madrid que jugaba sin delantero centro, Puskas oficiaba de estilete más o menos fijo. Di Stéfano subía y bajaba por el medio (o por todas partes) y Gento era el extremo zurdo. Puskas vestía la camiseta número 10 y su pierna izquierda era infalible. Un cañón que apenas necesitaba cargar antes de cada disparo. En aquella final contra el Eintracht metió cuatro goles y Di Stéfano tres. Fueron los goleadores. Ayer, Puskas apareció en Glasgow sin apenas poder caminar, acompañado por dos húngaros que no le perdían de vista y sin dar signos de recordar ni una palabra de español, que hablaba con un acento particular, pero perfectamente entendible. Hoy bajo el techo de Hampden Park volverá a reunirse con sus viejos amigos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 15 de mayo de 2002