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COLUMNA

Cuando sobra el plan

A la espera de las últimas novedades, los resultados electorales de Holanda continúan interpretándose por aquí con las viejas categorías políticas. Se califican como un auténtico terremoto, pero sólo lo es para el pensamiento tradicional. Se olvidan que, desde hace tiempo, las encuestas sobre valores y sentimientos de los ciudadanos indican que un holandés de ochenta años tiene aproximadamente la misma manera de pensar, por poner un ejemplo, que un joven portugués de dieciocho. Es decir, que lo más tradicional de Holanda es pura juventud para otros países más al sur. Imagínense en qué galaxia estará un joven holandés de dieciocho.

Pues está en una galaxia donde las sociedades han superado los problemas de supervivencia física y económica, donde aparece una nueva sensibilidad política con otros temas y preocupaciones. Importa más el estilo de vida y la autoestima que la seguridad personal o la estabilidad económica. Por eso muchos autores señalan que los nuevos valores sociales pretenden que la gente pueda intervenir con más eficacia en las decisiones que afectan a su trabajo y a la comunidad en la que vive, que tenga más participación real en lo que hacen los gobiernos. Como también que las ciudades sean más habitables y acogedoras, dentro de un marco social menos impersonal e indiferente a todos. Potenciar al máximo la libertad de expresión y, como dicen algunos, conseguir una sociedad donde las ideas sean más importantes que el dinero.

Mientras tanto, por aquí seguimos con los viejos valores. Un repaso a la prensa y a la política valenciana, aunque también al resto de nuestro entorno, nos dibuja un panorama viejo y tradicional que intenta espabilar el aburrimiento político y el distanciamiento social. Todo se reduce a crecimiento y estabilidad económica, con los escándalos correspondientes, al precio de las cosas, al orden público que ahora se llama inseguridad ciudadana y se completa con los problemas de la delincuencia propia y ajena. Y con estos jirones de ropa vieja y usada se pretende construir la próxima campaña electoral que llevará al país hacia el futuro. Más bien parece que lo conducirá al pasado.

Alguien dijo que no sólo de pan vive el hombre, especialmente si tiene mucho pan. Y la verdad es que tenemos bastante. Es cierto que todavía hay gente que pasa hambre y penuria, algo contra lo que tenemos que luchar sin la menor duda, pero exagerar las bolsas de pobreza y marginación es el recurso de todos los interesados en mantener vivo el viejo discurso político. El auténtico terremoto de las elecciones holandesas es la confirmación de que los ciudadanos quieren ya algo más que la simple y elemental seguridad física y económica. Aquellos que no quieran darse por enterados tendrán muy poco tiempo para comprobarlo de nuevo, porque volverá a pasar.

Un poco antes o muy poco después, alguien intentará hacer política valenciana con imaginación y sensibilidad social. Esperemos que tenga buenas intenciones, porque puede conseguir mucho éxito. Y es que reducir la política valenciana a la mayor o menor cantidad de policías que necesitamos para sobrevivir es un atavismo imperdonable. Queremos algo más, porque Holanda no puede verse como un país lejano y exótico.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 18 de mayo de 2002