De la lista inicial de Camacho ya chirriaba, por inexplicable, una ausencia. La de Molina, que reúne, una por una, todas las condiciones que requiere el puesto. Conoce los secretos del oficio y acumula experiencia de sobra en partidos grandes. Ya entonces, con Cañizares sano, la falta de Molina no tenía sentido. Sonaba a batalla personal más que a un razonamiento técnico o a una simple cuestión de gustos.
En un ejercicio más de corte cínico que diplomático, desde que lo sentenció un minuto después de su sonada cantada ante Noruega en la pasada Eurocopa, el seleccionador ha ido pregonando sin ningún pudor que no tiene nada contra el portero del Deportivo y hasta que podía volver a ser citado. Y sin más, tan acostumbrado a que desde el entorno se le conceda licencia para todo, Camacho ha sobrevivido sin sentirse apretado a ignorar durante dos años a quien compite por ser el mejor guardameta del momento. Bastaba el socorrido en cada español hay un seleccionador para salir del paso sin dar demasiadas explicaciones.
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Durante el proceso, Molina ha disfrazado su desesperación de la chulería que lleva dentro con frases -'la selección es un tema que no me interesa en absoluto'- que, en todo caso, no justifican a Camacho en su empecinamiento. Y menos ahora, cuando Cañizares, sin querer, ha dejado al seleccionador con el trasero al aire.
De modo que todas las ilusiones de España en el Mundial estarán sostenidas por dos cancerberos sin experiencia internacional, Ricardo y Contreras, y por otro, Casillas, que tiene la cabeza en otra parte, sintiéndose, teniéndolo todo a los 20 años, maltratado y víctima de una conspiración. Camacho dirá que toda la culpa es de un frasco de colonia, pero no vale. Su cargo le obliga a contar públicamente la verdad. Saber de una vez por todas qué ha pasado, quién tiene la culpa y, sobre todo, por qué en la portería de la selección no está quien debe.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 19 de mayo de 2002