En la entrada del siglo XXI, qué lejanos parecen los años finales de la década del sesenta, cuando aparecieron los primeros grupos de teatro independiente. Su ideario, el lenguaje, a medias radical, a medias doctrinario, producto de esos años, y, visto desde hoy, un tanto ingenuo, se basaba en presentarse como alternativa al teatro comercial, al teatro oficial (teatros nacionales) y al teatro de cámara. Se iba a la búsqueda de un nuevo público y se aspiraba a constituir equipos de trabajo estables, con una estructura mínimamente profesional, como empresa de autogestión del tipo de las cooperativas. Grupos itinerantes para llegar a cualquier lugar y actuar en cualquier espacio. Todo esto a costa de una autoexplotación de sus integrantes, enrolados en giras constantes, que acabaron por provocar tensiones, el deterioro de las relaciones entre los miembros, el agotamiento y la posterior desaparición de muchos de estos grupos.
Como solución a esta situación, en Sevilla, hubo un intento, por parte de los grupos Esperpento y Teatro del Mediodía, de hacer una programación conjunta para un teatro de repertorio, radicada en el Teatro Lope de Vega, con una extensión a varios pueblos de la provincia. Pero una irracional y orquestada campaña de algunos medios de comunicación y de ciertos exponentes de las llamadas fuerzas vivas, más bien muertas, de la sociedad sevillana, frustró, en parte, esa iniciativa.
En los primeros momentos de la constitución de las instituciones autonómicas se presentaron propuestas y proyectos para formar una compañía estable de teatro y poner en marcha un centro dramático con irradiación a toda Andalucía. En este caso, fue la falta de voluntad política la que lo impidió.
Antonio Andrés Lapeña es dramaturgo y actor.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 22 de mayo de 2002