Aznar tiene un cuadro de ideas simple pero tenaz. Sería interesante saber dónde ha adquirido su vocabulario: quizá es el ancestral de su casa y los visitantes de ella, o de los libros que le colonizaron. Una de las ideas es la de que los rojos tienen la culpa de todo, que se extendió durante 40 años; tan extendida estaba que los mismos rojos contribuimos a extenderla para conservar nuestro amarillento pellejo sin vitaminas, esperando el día de sacar fuera la realidad. Muchos no pudieron, asesinados o muertos; otros se acostumbraron y ya no cambian, como dice el Evangelio del que no quiso seguir a Jesús: 'y era que tenía muchas posesiones'. Una de las simplicísimas ideas de Aznar: se manifiesta repetidamente enemigo de la extrema derecha europea, pero como una reacción ante el socialismo. ¿Qué socialismo? ¿Son los que se llaman socialistas en Europa 'rojos', después de haberlos depurado y de haber participado en la guerra fría contra comunistas verdaderos o simplemente sospechosos?
Le estimula lo que ha sucedido en Francia: ante las legislativas de dentro de un mes, la izquierda pide reciprocidad: donde haya 'ballotage' -ningún candidato con mayoría absoluta; pendientes de la segunda vuelta- la derecha debería retirarse cuando el más votado sea uno de la izquierda. ¡Para detener a la extrema derecha, como en las presidenciales! ¡Ca! No, responde la derecha. Ellos no pactan y, si pactan, no cumplen. Francia votó a la derecha para que no hubiera un fascista en el Elíseo, y la volverá a votar para que haya los menos socialistas, los menos comunistas posibles en la Asamblea. Puede que al terminar junio tengan un presidente de la República y uno del Gobierno del mismo derechismo. Y la idea de separación de poderes desaparecerá. Pero ¿qué vamos a contar nosotros de la separación de poderes? ¿Dónde tenemos las bases de Montesquieu sobre separación de ejecutivo-legislativo-judicial? ¿Ni siquiera del inventado cuarto poder, la prensa? En esta procesión de preguntas, ¿es la derecha gubernamental un fascismo por otros medios? ¿No se reunieron los papás y los abuelos de estos de ahora, aquí, en la misma guerra civil contra los rojos, y se pusieron todos las camisas y alzaron los brazos y rieron a Hitler? Quizá estas ideas sofistas de Aznar o de Chirac sean ridículas, falsas, sucias. Pero ¿no se las creen los votantes? ¿Tiene tanta fuerza el entontecimiento público?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 23 de mayo de 2002