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REPORTAJE

Una moneda al aire

Los precedentes históricos y el prolijo número de conflictos de estos días no invitan a mirar con optimismo a la selección española

Si las cosas son como parecen, España ha vuelto al ruidoso territorio de cada Mundial, como si necesitara entrar en crisis antes de enfrentarse a la cruda realidad del torneo. Esas tendencias destructivas vienen de lejos. En el 66 los jugadores se quejaron del mustio ambiente en la larga y lluviosa concentración de Galicia; la inhóspita residencia de La Martona generó críticas sangrantes en Argentina 78; Santamaría fue ampliamente superado por los acontecimientos en el catastrófico 82; Suárez derrapó hacia la desconfianza absurda en 1990; en Clemente el conflicto eran él mismo y su capacidad para inmolarse a la mínima. No es novedad el prolijo número de conflictos de los últimos días, una especie de deuda histórica que la selección paga habitualmente con mediocres actuaciones.

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Apenas cinco días sirvieron para a) destapar un encontronazo entre el preparador físico Lorenzana y Raúl que estuvo a punto de provocar la dimisión del primero, b) provocar perplejidad por el extraño destino del fisioterapeuta Miguel Gutiérrez, encargado oficialmente de cuidar a los periodistas en lugar de hacer su trabajo con los jugadores, c) designar al seleccionador de futbito como ayudante de Camacho, en perjuicio de varios entrenadores de la Federación, d) incluir a Cañizares en la comitiva a pesar de una lesión que le impedirá jugar. El juego y los resultados dirán lo que quieran durante el Mundial, pero los precedentes son pésimos. Hablan más que nada de improvisación en el cuerpo técnico, por no de algo parecido a la falta de autoridad en la Federación, que ha permitido todo y ha callado siempre.

Tampoco ayuda que Camacho hable como si hubiera perdido el Mundial, con tantos reproches a la prensa y tanta destemplanza en las declaraciones. Puede que vaya en su carácter, pero desde fuera se aprecian los síntomas de una ansiedad que deberá reconducir. De lo contrario se encontrará frente a la aplastante bestia que es la Copa del Mundo, una competición de rigores extremos que suele tumbar a los entrenadores y futbolistas con un frágil sistema nervioso. Y los seleccionadores españoles son la prueba clínica de sus temibles efectos. Ninguno de ellos se recuperó del síndrome postmundial.

Cuando son mayores las dudas que las certezas y la gente se distrae en cuestiones menores, no hay motivos para pensar en algo esperanzador. Todo lo contrario. Sin embargo, el fútbol es una materia con ciertos códigos indescifrables. Es cierto que el equipo no ha recibido ninguna ayuda con tanto ruido a su alrededor, y hasta se aprecian los mismos síntomas que produjeron la catástrofe de Francia 98, pero no es la primera vez que un equipo se hace fuerte en la adversidad, bien porque se apiña en torno al técnico, bien porque los jugadores hacen bandera de la resistencia.

Aunque es un equipo con carencias indiscutibles en la defensa, España tiene a su favor un grupo sencillo y un trayecto posterior sin obstáculos insalvables. Tampoco le faltan jugadores de clase, casi todos en el centro del campo y en el ataque: el triángulo Valéron-Raúl-Tristán, Baraja... El problema es que tendrá que preocuparse demasiado de blindar a la defensa. Hierro es imprescindible, pero comienzan a pesarle los años, más cuando tiene que jugar cada cuatro días. Nadal siempre ha dependido más de su condición física que de su calidad. Y parece más rígido y lento que nunca. Tampoco hay garantías en el lateral izquierdo, extremadamente débil. En estas condiciones, la gente que debería proteger a Raúl, Valerón y Tristán tendrá que estar más atenta a achicar agua en la defensa. Es una temible paradoja porque obligará a los centrocampistas a un esfuerzo descomunal si quieren estar en todos los sitios. Todo esto, sin que haya demasiadas noticias sobre el modelo que seguirá el equipo. Muy a última hora, Camacho se ha dado cuenta de los desequilibrios en la selección y ha apuntado algunas ideas que apenas han sido puestas en práctica. Si es un cambio hacia el 3-4-3 o hacia el 4-3-3, pillará a los jugadores desprevenidos y a los técnicos sin apenas rodaje en los nuevos entramados. A la vista de esta situación y del ruidoso ambiente, hay todo el derecho a pensar que esta selección es una moneda al aire.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 29 de mayo de 2002