Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
REPORTAJE

El terrible Chilavert y su viejo desafío

El portero sigue fiel a las dos obsesiones enfermizas de su carrera: la polémica y marcar un gol

Un escupitajo en la cara de Roberto Carlos le impedirá ocupar la portería en el estreno de Paraguay, frente a Suráfrica. Pero da lo mismo: el espíritu Chilavert presidirá los movimientos de su selección durante el campeonato, también ese día. Todo lo demás, desde el entrenador hasta el último delantero, es más o menos secundario en el rival que le ha vuelto a tocar en suerte a España en la primera fase de un Mundial. Ya en la cuesta abajo de su carrera, José Luis Chilavert, de 36 años, extravagante, polémico y competitivo, volverá a dar que hablar. Ciertamente, no ha hecho otra cosa desde que empezó en este oficio.

DEFENSA, DEFENSA

La defensa, sobre todas las cosas. Por eso Cesare Maldini, el preparador italiano que lleva ahora las riendas, encaja totalmente en Paraguay. Con un dibujo diferente al tradicional (4-4-2 y no 5-3-2), pero con el mismo acento conservador que en Francia 98. Paraguay, aunque con muchos apellidos iguales, es menos que entonces. Ha envejecido, pese al toque juvenil que aporta su máximo argumento ofensivo, el alemán Roque Santa Cruz, de 20 años, y lo acusa. Están Ayala y Gamarra, una pareja de centrales sólida, y Arce y Caniza, dos laterales de largo recorrido; Acuña, excelente centrocampista... Pero no asusta. Salvo que Chilavert diga otra cosa.

Siempre al borde de la página de sucesos, Chilavert se ha pegado con medio planeta. Verbal y físicamente. Lo mismo con los dirigentes de su país, que aspira a presidir algún día, que con Maradona o cualquiera de sus rivales, con su entrenador si no le convence alguna de sus decisiones o con tres componentes de la barra brava del Boca Juniors si se atreven a insultarle. Y ni la colección de castigos que acumula han logrado corregir un milímetro de su terrible carácter. "No me gusta la falsedad y la hipocresía. Eso es todo", se defiende.

Chilavert llega a Corea del Sur y Japón con los suficientes frentes abiertos para hacer honor a su leyenda, con el listado de enemigos debidamente repletos. Ha menospreciado a la selección española, "que no estaría en el Mundial si jugara en Suramérica", y a los periodistas de su país, "el 95% de los cuales son unos incompetentes". Y a él también le silban los oídos, acusado de ser el dueño y señor de la federación -al presidente le llaman el secretario de Chilavert-, de haber confeccionado la lista de Paraguay -lo dicen, claro, los excluidos-, y de influir en todas las decisiones del seleccionador, el italiano Cesare Maldini. Y, a medida que se aproximen los partidos, su hoja de servicios irá aumentando. Él insultará con toda la intención a quien sospeche que más puede sacar de quicio y alguno de sus contendientes le llamará "gordo" sin hacerle el menor rasguño. Domina el escenario con tanta minuciosidad que no se deja caer en su propia trampa.

Le va la gresca a Chilavert, que, "por si acaso", siempre viaja con un bate de béisbol en el maletero de su coche. Provocador con el rival y protector con el compañero, al que sí acierta a contagiar el virus ganador que lleva dentro. Así es Chilavert: "Un ogro infernal. Le odian todos los rivales, pero a fin de mes es el primero que exige los premios hasta para los utilleros. Es muy generoso con la gente que trabaja a su alrededor".

Más que sus condiciones como portero -le encumbran en algunos aspectos , como en el mano a mano frente al delantero, pero le dejan en mal lugar en otros; por ejemplo, en la falta de agilidad a la que le condena su sobrepeso-, es su personalidad la que logra que Paraguay se apellide Chilavert. Dino Zoff, una autoridad en el oficio, asegura que Chilavert es el mejor guardameta de todos los tiempos. "Nosotros fuimos buenos", dijo el italiano cuando Chilavert le devolvió el cumplido, "pero tú eres el mejor; tú le has dado jerarquía al puesto".

Ahora, convencido de que el de Japón y Corea del Sur es su último Mundial, Chilavert anda con un viejo desafío entre ceja y ceja. Marcar un gol. Acostumbrado durante toda su carrera tanto a evitarlos en el marco propio como a anotarlos en el ajeno, le falta conseguir uno en una Copa del Mundo. Seguro de que un penalti o un golpe franco desde la frontal le dará la oportunidad de saciar su vanidad tarde o temprano, el cancerbero, de momento, ajusta su puntería en cada entrenamiento. "Las cosas me han salido perfectamente", comentó tras una sesión ya en Corea; "ayer, de diez tiros, convertí siete. Dos se fueron afuera y uno pegó en el travesaño. Es un porcentaje alto".

Ausente ante Suráfrica, Chilavert reaparecerá ante España. Saltará al campo con una cinta roja en la muñeca o en el tobillo y con un balón en su poder. Luego, se persignará y tocará tres veces el larguero. Habrá diez futbolistas más sobre el campo, un seleccionador y una táctica ultraconservadora. Pero Paraguay será otra vez lo que diga y haga Chilavert.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 29 de mayo de 2002