Pocas veces una nación ha depositado tanta esperanza en un equipo, pero a los argentinos apenas les queda poco más que su fútbol, también despojado de muchos de sus valores por la crisis del país. Sólo dos de la selección, Husáin y Ortega, juegan en la Liga nacional, en la que el éxodo ya no se debe tanto al prestigio de sus futbolistas como a la necesidad de encontrar acomodo en Europa al precio que sea. Precio muy barato en estos momentos en los que nadie cobra, ciénaga donde el entorno codicioso del fútbol hará negocio con muchachos inexpertos sin más equipaje que unos pocos partidos en el campeonato.
LA PAREJA PROHIBIDA
Fue la primera, al margen de los anfitriones y el campeón vigente, en conocer su segura presencia en la cita de Japón y Corea del Sur. Eso le dio tiempo para preparar el campeonato sin atender a las urgencias de los resultados. Marcelo Bielsa no ha dejado ningún aspecto sin atender por intrascendente que pareciera. Lo ha visto todo el preparador argentino y lo ha probado casi todo. Entre otras cosas, juntar sobre el campo a la vez a Verón y Aimar, los dos futbolistas más luminosos del equipo. Sólo hay una solución a la vista: Verón, de medio centro, y Aimar como enganche. Pero no parece probable. La carga de obligaciones defensivas que soporta el medio centro juega en contra del espectador. Bielsa los ve más bien a ambos para el enganche. La pareja más deseada será difícil de ver.
MÁS INFORMACIÓN
Corren malos tiempos para todos en Argentina, donde se vivirá una especie de confinamiento en el Mundial. Han pasado los cercanos días en los que miles de aficionados se movilizaban para acudir a la Copa. A la pasión por el fútbol se añadía un cambio favorable de su moneda, ahora devastada. No hay manera de satisfacer la afición cuando todo cuesta cuatro veces más caro, de manera que serán muy escasos los aficionados que se desplacen al otro lado del globo para seguir a una selección que les representa mucho más de lo que quisieran.
Ese equipo se ha llenado de significado para los argentinos en el último año por encima de cuestiones de estilo, que parecen casi irrelevantes en estos momentos. Argentina quiere un equipo que la represente con dignidad, pasión y orgullo, nada más y nada menos. Quiere una selección que defienda vigorosamente al país, con un compromiso más cercano a la obligación moral que a cualquier otra cosa.
El peso puede resultar excesivo para el equipo, incluso para este equipo, integrado por jugadores extremadamente competitivos, adultos, firmes. Nadie quiere enfrentarse a la selección argentina porque le espera un calvario. Durante los últimos cuatro años, Argentina ha iniciado un camino novedoso bajo la dirección de Marcelo Bielsa, el hombre que ha desbaratado el viejo debate entre menottistas y bilardistas. Bielsa no ha propuesto una tercera vía, si por ello se entiende una salida política y condescendiente, basada en una especie de equidistancia entre las dos posiciones antagónicas. Su muy personal propuesta está enraizada en profundas convicciones: fútbol de ataque, con un aroma transgresor porque Argentina será la única selección que jugará con dos extremos puros -Ortega o Caniggia en la derecha, Claudio López en la izquierda-, según un modelo que recuerda al viejo Ajax: 3-3-1-3. Pero, a diferencia del Ajax o de las ideas que preconizaba Cruyff, la selección de Bielsa tiene un carácter más instantáneo en su juego. El ataque comienza inmediatamente desde el lugar donde se recupera el balón y en este punto no hay concesiones: las obligaciones defensivas son para todos, desde el primer defensa hasta el delantero centro.
Es habitual ver cómo el vértigo se apodera del equipo, en contra de la tradición de un fútbol que celebraba su carácter moroso. Pero ese vértigo que provoca escalofríos en sus rivales puede volverse en contra de Argentina, pues resulta difícil mantener tanta exaltación durante tantos partidos, especialmente cuando el recorrido en la Copa se adivina complicado. Integrados en el grupo de Inglaterra, Suecia y Camerún, los argentinos tendrían que superar presumiblemente a Francia y Brasil en su camino hacia la final. Por carácter, energía y organización, Argentina es capaz de imponerse a cualquiera. Sin embargo, no cuenta con jugadores capaces de ganar los partidos por su cuenta. No tiene un Ronaldo o un Rivaldo para imponer sus condiciones por encima del juego del equipo. Ni siquiera dispone de un Zidane o un Henry. Si lo tiene se llama Aimar, futbolista especial que choca en la misma posición con un jugador de características muy diferentes. Es Verón, respetadísimo por el equipo y los aficionados, pero esencialmente opuesto a Aimar. Mientras Verón, mucho menos disperso en la selección que en el Manchester, acomoda los partidos y el equipo a su invisible manera de conquistar los partidos, Aimar se impone por una creatividad instantánea apoyada en el desborde, el pase y la llegada al área. De cada uno, porque será difícil verles juntos, dependerá en buena medida el destino de Argentina.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 29 de mayo de 2002