Quiero llamar la atención a la sensibilidad del hospital Clínico San Carlos, de Madrid, para que no vuelva a suceder lo que a mí me sucedió cuando el día 19 del pasado mes de abril ingresé a mi padre, de 91 años, gravemente enfermo.
El trato por parte de los médicos, enfermeras y celadores fue normal, así como también sus atenciones y el tratamiento de la enfermedad.
Hasta que, una vez analizadas todas las pruebas, dan como resultado un tumor maligno en la pleura, sin posibilidad de cura alguna dada la avanzada edad de mi padre.
Puesto que así lo quería mi padre, me sugirieron incluirlo en el programa de hospitalización domiciliaria, y me dijeron que todos los días una enfermera y un médico estarían en casa para atenderlo. Para trasladarle a casa me proporcionarían una ambulancia. Llegado el momento, el celador de turno nos ofrece una silla de ruedas y una pequeña botella de oxígeno mientras esperamos en el vestíbulo.
Una espera que se nos hizo interminable, pues hasta el oxígeno de la botella se terminó y tuvimos que ir a reponerla. Esperamos hasta cinco horas en total a que llegase la dichosa ambulancia, que nunca llegó, con mis correspondientes quejas a la oficina del servicio de ambulancias, situada en el mismo vestíbulo.
Los responsables del servicio me comentaron que la espera era normal, y que la rapidez y eficacia de la ambulancia dependía del lugar de Madrid al que hubiera que trasladar al enfermo y de si iba en silla de ruedas o en camilla.
Mi padre empeoraba, y a las ocho de la tarde ya tuve que llamar a mi hermana para recogernos en su coche y trasladarle a casa. Y me pregunto yo: ¿tengo que esperar a que mi padre fallezca en dicho vestíbulo para satisfacer los manejos de ambulancias y del Clínico de Madrid? Por desgracia, decirles que mi padre falleció el 24 de mayo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 31 de mayo de 2002