Nunca me quejaré si el Estado ayuda a las familias y a los inmigrantes o perdona la deuda del Tercer Mundo. Pero que se den cuatro millones o más del dinero de la colectividad a cada futbolista del Mundial me parece de juzgado de guardia. Para frenar ese raquítico patriotismo no hay otro antídoto que la responsabilidad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 4 de junio de 2002