Ante una perspectiva electoral adversa para el partido socialdemócrata (SPD), su presidente y canciller de Alemania, Gerhard Schröder, ha recuperado no sólo el ánimo combativo, sino las esencias de su formación, evitando en el breve congreso de su partido verse contaminado por el populismo y la xenofobia. En países vecinos como Francia, la derecha está adoptando un dicurso duro para restar votos en las legislativas a Le Pen. Un Schröder entusiasta como pocas veces en su vida política se presentó con pocas ideas nuevas de cara a las elecciones del 22 de septiembre, pero reivindicando su apoyo a los valores sociales y los servicios públicos del Estado de bienestar.
Es una apuesta encomiable en unos tiempos en que domina el oportunismo y la mercadotecnia, y contrasta con las veleidades xenófobas y antisemitas del vicepresidente del Partido Liberal, Jürgen Möllemann. A pesar de la mala situación económica, la popularidad de Schröder está muy por delante de su rival a canciller, el socialcristiano bávaro Edmund Stoiber, pero en intención de voto los socialdemócratas van por detrás, con sus socios verdes en claro retroceso, mientras la radicalización de los liberales hace difícil contemplar una coalición con ellos en un futuro Gobierno.
La de Schröder es una apuesta arriesgada, cuando la oposición democristiana CDU-CSU propone recortar la participación pública en el PIB de un 48% a un 40%, es decir, reducir gastos e impuestos. Frente a esto, Schröder ha decidido alejarse del discurso centrista para recuperar la defensa del Estado social y de la tolerancia, aunque está endureciendo las medidas contra la inmigración ilegal. La única propuesta novedosa del programa adoptado por el SPD es gastar 4.000 millones de euros suplementarios en guarderías, política familiar y empleo juvenil.
Tras la debacle de los socialdemócratas en una buena parte de Europa, y ante la perspectiva de que pierdan las legislativas en Francia, Schröder queda casi como única referencia de este centro-izquierda en Europa, junto al siempre tenue Blair en el Reino Unido. Las elecciones de septiembre en Alemania, el país más poblado y la mayor economía de la UE, son cruciales en este sentido. En el animoso discurso de Schröder hubo un olvido lamentable en un dirigente alemán: ni una sola referencia al euro o a la integración europea. Cuando la oposición es aún menos europeísta, este silencio no deja de ser una preocupante concesión al populismo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 4 de junio de 2002