A medida que entendemos la globalización, después de 30 años de vivirla, seguramente somos más capaces de discernir entre lo que se dice que es y lo que en realidad es. Veamos estos días, por ejemplo, el caso de un país amigo (si es que eso existe para los países) y el papel que ejercen los actores exteriores a ese país. Miremos pues al Fondo Monetario Internacional (FMI), aparentemente el director de orquesta global en asuntos financieros, y en el que hay que decir que tienen especial influencia los intereses norteamericanos, y a una Argentina en profunda crisis.
Dado que Argentina es uno de los Estados del mundo que más a rajatabla ha cumplido las recomendaciones del FMI durante estos 30 últimos años, se dice que el verdadero problema es el alto grado de corrupción de este país. Sin embargo, algunos hechos recientes muy vagamente transmitidos a la opinión pública española confirman que Argentina sigue muy mal, y que el único camino posible es acceder a las condiciones que le impone el FMI para desbloquear un posible crédito salvador que daría una burbuja de oxígeno para una economía asfixiada. Pues bien, si miramos más a fondo, vemos que dos de los condicionantes impuestos por el FMI al Gobierno de Dualde para seguir las negociaciones sobre ese megacrédito son: la Ley de Quiebras y la derogación de la Ley de Subversión Económica (aprobada justo ayer). La primera es para que cuando una empresa argentina quiebre, ésta no pase a manos de los trabajadores argentinos ni de su Estado, sino a las de los acreedores, que principalmente son extranjeros. La anulación de la segunda ley obliga a suspender posibles investigaciones a bancos y sujetos que presuntamente evadieron irregularmente enormes sumas de capital hacia el extranjero durante la crisis (existen acusaciones en curso dirigidas a cargos de la filial del Santander Central Hispano -SCH- que deberán archivarse, por ejemplo).
La conclusión, basándose en los hechos debe ser polémica. Primero, que tanto el FMI como los gobiernos que hay detrás, principalmente el de Aznar y el de Bush, sacrifican los intereses ciudadanos argentinos por sus intereses empresariales transnacionales a pesar de los discursos de solidaridad y la magnitud de lo sucedido; y segundo, que ni mucho menos estos actores extranjeros están colaborando a limpiar la corrupción del país, como podemos ver, mas la boicotean cuando hay capital extranjero involucrado (caso de la Ley de Subversión Económica). Triste globalización la del pueblo argentino.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 9 de junio de 2002