Cuando a las nada excelentes circunstancias que rodean a una persona se les añade la obligación de trabajar en asuntos que no son, ni exacta ni remotamente, los de su especialidad y se la empuja a trabajar a una distancia nada despreciable, lo cual puede hacer que su jornada laboral real oscile entre las 12 o 14 horas en asuntos que en su mayor parte no son nada estimulantes, amén de que se le usurpen salarios en caso de despido o de trabajo discontinuo, los efectos suelen estar previstos por todas las escuelas sociológicas: el entorno familiar, sea cual sea, se complica; las familias se desestructuran un poco más y sufren, en general, los más dependientes: niños o jóvenes no gozan de la suficiente presencia y cuidado de sus mayores, no, desde luego, por ninguna maldad intrínseca de éstos, sino por imposibilidad material. Con ello se originan, o pueden originarse, situaciones nada deseables para su formación y enseñanza: poco control, poca ayuda, escaso seguimiento en sus estudios. Parece obvio que desde una posición de apoyo a la enseñanza, y más en concreto a la enseñanza pública, a la que suelen acudir los hijos de estos castigados sectores sociales, la oposición al decretazo del Gobierno de Aznar y el apoyo a la huelga del 20 parecen cantados. Resulta extraño que los sindicatos de sector -estrictamente dedicados a temas de enseñanza- no hayan dicho hasta ahora que esta boca también es suya. ¿A qué esperan para decirnos cuál es su posición?.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 12 de junio de 2002