Aliyé era una criatura de estragos, a la que pretendía beneficiarse una piltrafa de la nobleza rural, que la adquirió en la lonja de esclavos. Para que me alegre la vejez, dijo el cretino. Pero el azar o lo que sea, quiso que se la beneficiara una coronela de 38 años, con palacio en la Corte, y un clavecín en el que interpretaba a Bach, para paliar el tedio en aquella gobernación remota, de la que su marido era titular y corregidor de capa y espada. Como a su bizarro marido le había volado sus partes pudendas de un mosquetazo, un mercenario, en la isla de la Soledad de la mar austral, la coronela distraía sus ocios entre el clavecín y los revolcones, con su protegido, un estudiante de leyes que la visitaba dos veces por semana, con el pretexto de merendar chocolate a la francesa y confituras de pastaflora, aunque siempre terminaba ofreciéndole todo el esplendor de su cuerpo servido sobre un canapé. Así, el estudiante y la coronela apagaban sus apetitos. Eso, hasta que conoció a la adolescente Aliyé. Tras escuchar sus desventuras, le aseguró que la libraría del anciano nauseabundo. Luego, la asaltó un imperioso impulso y le ordenó que le mostrara los senos. Sin ningún pudor, Aliyé se los mostró y la sala se llenó de fragancias vegetales. La coronela acarició un pezón de amatista y se estremeció. A partir de ahí, maquinó una leva singular, para pararle los pies a su reverencia. Cada domingo, la coronela asistía a misa con su esposo. Y cada domingo su reverencia, desde el púlpito, espiaba el escote seductor de la coronela, y movido por el deseo, arremetía contra tanto descaro. Y un mal día despachó una carta pastoral por toda la diócesis: él era la Iglesia y la feligresía femenina, sus víctimas.
Parte del episodio está documentado. La coronela, con Aliyé al frente y seguida, de ochenta mujeres, esposas de la tropa y putas retribuidas, cercaron el palació episcopal y pusieron sus pechos a la fresca. El prelado sucumbió. Aquel top-less del siglo XVIII fue una protesta que provocó su descrédito y traslado. Véanle la moraleja.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 12 de junio de 2002