Los ingleses sobrevivieron al grupo de la muerte con más vista que fútbol. En su duelo con Nigeria estuvieron más preocupados de lo que ocurría entre los suecos y los argentinos que de su propia faena. Fuera de la competición desde hace días, los nigerianos apenas intimidaron al equipo de Eriksson, que hizo lo justo al principio y nada, absolutamente nada, después.
Los silbidos del deportivo público japonés en los últimos 20 minutos delataron a la perfección el sesteo de Inglaterra, que se abanicó ante la complacencia del rival, que no quiso saber nada del asunto. Nigeria ha perdido a lo mejor de su atractiva generación del 94 y el 98, pero su pasiva actitud fue deplorable, sobre todo en el segundo periodo.
A Inglaterra le bastaba un empate para desfilar en los octavos de final y ésa fue su porra desde el principio. Descontadas algunas arrancadas de Owen y algún goteo de Scholes, no dejó otra huella. Con sus defensas, especialmente Ferdinand y Cole, sobrados ante la timidez nigeriana, no se sintió apretada en ningún momento.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 13 de junio de 2002