Basta acercarse a la barra de este local madrileño y solicitar una ración de jamón de bellota con unas tostadas de pan con tomate para sentirse afectado por una adicción irrefrenable. El jamón (marca Lazo), que se corta a mano, es excelso; el pan, francamente bueno. Para beber, cerveza de barril tirada con acierto.
Es sólo una muestra de la curiosa oferta de El gran barril, un nuevo establecimiento de diseño, luminoso y metalizado, en una línea high-tech, que emula los últimos locales londinenses. Se trata de un bar-restaurante que presta servicios complementarios. Junto a la entrada se exhiben mariscos de envergadura que se degustan a pie de barra o pueden llevarse a casa tarifados al peso, desde ostras gallegas, camarones, nécoras y gambas de Huelva, hasta almejas de Cambados y bogavantes gallegos.
En un cubo acristalado, perfectamente climatizado, una vinoteca donde se venden vinos interesantes a un precio inferior en seis euros al que figura reseñado en la lista de vinos de la casa. Y en otro rincón contiguo, una cava de puros donde se expenden cigarros habanos. La barra, que gastronómicamente es más atractiva que el propio restaurante, brinda raciones abundantes.
Están bien la parrillada de verduras, la ensalada de ventresca con tomate, los chipirones a la parrilla, el entrecot fileteado a los ajos y el pulpo a feira, a pesar de que a casi todos los platos les sobra aceite. Son pésimas las croquetas de almejas, pero muy recomendables las patatas fritas de la casa. Se pueden solicitar medias raciones y hay vinos por copas. El local cuenta con aparcacoches.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 14 de junio de 2002