Explíquele usted al ciudadano medio estadounidense que la derrota es placentera y, lo que es más chocante, productiva. Explíqueselo a un pueblo acostumbrado al deporte espectáculo y lógico, que extraña el fútbol por los tiempos huecos, y dígale que el fútbol es así, que Estados Unidos podía ganar a Polonia, que le bastaba con empatar y que perdió, pero que le dio lo mismo porque Portugal pegó el petardazo ante Corea del Sur y, por lo tanto, pese a haber jugado su peor partido, los norteamericanos de Bruce Arena se clasificaron para los octavos de final. Explíquele eso y seguramente le alegrará el día aunque no entienda nada.
'¿Pero Estados Unidos ganó?' Sí, ganó, aunque perdió en cinco minutos a causa de dos tortazos que le propinó Polonia, como reivindicando su pedigrí, como curando las heridas de una innoble eliminación. '¡Ah! ¿Pero los de Polonia eran malos y les daba igual el resultado?' Pues... sí y no. Más que malos, desafectos con su pasado futbolístico, taciturnos, así como dolidos. Por eso ganaron
'¿Pero no había ganado Estados Unidos?' Sí y no. Perdió, pero al final ganó, aunque demostró que no ha aprendido suficientemente la mitad de la lección del fútbol: defenderse, encarar y gestionar los encuentros más con la cabeza que con el corazón. Por ejemplo, le convendría aprender cómo se marca a un panzer, caso de Kryszalowic, que le amargó el partido utilizando kilos y centímetros, y cómo se ataca a una barrera de nueve hombres sin necesidad de lanzar una batería de disparos contra las piernas de los defensores. Que hay que inventar de vez en cuando.
Claro que, cuando se reciben dos goles en cinco minutos, uno queda aturdido y le de por tropezar. '¿Pero Estados Unidos ganó?'. No, perdió; pero ganó porque Portugal perdió ante Corea del Sur. Y ahora le espera México y entonces el que gane ganará y el que pierda perderá.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 15 de junio de 2002