Otra vez conmemoran los veinticinco años de democracia. Llevamos tiempo así: por el aniversario de la Constitución -que no fue elegida en Cortes Constituyentes, aunque ahora se mienta, sino por padres de la patria-, otra por la coronación, que no hubo sino un Te Deum laudamus que ofició Tarancón ('al paredón', recuerden ustedes); ahora, por las primeras elecciones. El himen de las urnas fue desvirgado y parieron, se dice, la democracia. No es exacto: ya teníamos democracia orgánica legal (por Franco); y Cortes por tercios elegidos disimulados.
Conmemorar la democracia es muy difícil. ¿Cuándo empezó, cómo ha seguido, cómo se interrumpe y desaparece, cuáles son sus diversos nombres? No sé si en la cosa griega, donde la mitad de los ciudadanos no pertenecían -las mujeres-, y de los otros, más de la mitad estaba descartada -esclavos, extranjeros, menores-; se reunían en una plaza (ágora) y cabían todos. Hemos tenido democracias populares, y aún queda alguna dentro del Eje del Mal: redundancia porque demos y pueblo es lo mismo, y nunca ha mandado. Están todavía arrastrándose por los suelos las democracias cristianas (incluyendo católicos, protestantes y otras sectas); hay 'democracia directa', como en Suiza, donde cada tema se pone a referéndum; también hay 'democracias burguesas' (Thiers, en Francia) y democracias socialistas. Todo es el mismo juego: hay palabras eufónicas, y se adoptan, se asumen, se falsean. Nosotros -o sea, ellos, los amos- llaman a la nuestra simplemente 'democracia', porque no quieren señalar que hay una sola legítima, y que cualquier adjetivo la transforma. Es la suya. Y así, el día en que nuestros locutores y algún editorialista sonreían al aniversario de la democracia, y se repetían las gloriosas fotos de archivo de los nuevos diputados en mangas de camisa, o con leves cazadoras, a veces alzado el puño, y desde luego los dos dedos de la victoria churchilliana -que tampoco era un mal demócrata cortesano y aristócrata-, ese mismo día en que veíamos la nostalgia, un partido único sacaba en el mismo Congreso -el del general Pavía, el de Franco, el de aquel príncipe, el de Tejero y el elefante aquel- un decreto-ley, con firma real, por el que se hace una 'reforma laboral' -en este miedo a las palabras, ¡cuidado con todo lo que anteponga reforma!: es contra usted- que no aprobó ningún partido. Por el rechazo, la pancarta o el gesto de Pilatos.
Curioso que esa gran minoría no solamente rechazase el proyecto de ley sin ninguna eficacia -la legalidad de esta democracia es así-, sino que la otra opción, la que no estaba discutida, era la de la huelga general. Diríamos que fue la que ganó.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 15 de junio de 2002