Ayer hice lo que llevaba años deseando. Uno, desayunar en el campo un buen mollete, de Marchena, con aceite de Estepa y café de puchero. Dos, dejar pasar el tiempo bajo un olivo hablando con jornaleros. Tres, no hacer nada, tumbarme a la bartola. Un huelguista más. Debajo del olivo me acordé de Madame Silicona. La señora Martínez había adelantado su impresión sobre huelguistas y piquetes. Lo dicho: me perdí por la ruta de El Tempranillo y recordé tiempos aquellos en los que los jornaleros del campo andaluz recorrían caminos y carreteras pidiendo una reforma agraria que nunca llegaría, con Escuredo al frente del Gobierno andaluz y Felipe González en La Moncloa. Y me acordé que ya entonces se hablaba de terratenientes cazaprimas.
Me acerqué hasta El Carpio para ver la finca de la heredad duquesa de Alba y pregunté cuánto les llega vía Bruselas. Subvenciones para que las máquinas hagan el trabajo de los peones, me dijeron. Signo de los tiempos. La modernización del campo andaluz es un hecho incontestable, pero de las primas aún se benefician los de siempre.
Y a media mañana, con el calor estallando en la cabeza, me tomé una cerveza en El Juani con unas aceitunas de alipesa, amargas y frescas, de fuerte sabor en compañía de unas jornaleras de las que cobran al mes poco más de 200 euros. Compartí un bocata de chorizo y un trago de vino en botella con cañilla en el gollete, como entonces. Arde el campo andaluz y no es una metáfora, al menos así me lo parece.
Los jornaleros andaluces, como era de esperar, dieron contundente respuesta a quienes les llamaron indolentes, pícaros, defraudadores, golfos y vividores del cuento. El talante de José María Aznar, su desprecio al diálogo, la escasa capacidad para entender y comprender los problemas de comunidades deprimidas como Andalucía y Extremadura encendieron aún más la hoguera en el campo. Que Pío Cabanillas, Javier Arenas y Teófila Martínez dijeran que la huelga fracasó es una lamentable anécdota por su descaro y desfachatez. Ni en los tiempos de Franco se manipulaba mejor.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 21 de junio de 2002