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COLUMNA

Arreglo

Una de las primeras decisiones que tomó Eduardo Zaplana tras llegar a la alcaldía del Ayuntamiento de Benidorm en 1991, con el concordato de la tránsfuga socialista Maruja Sánchez (cuya familia ha obtenido más de 260 millones de la Administración desde entonces), fue encargar los retratos de todos cuantos habían presidido el consistorio. Así, con ese lazo corporativo, disponía de la coartada perfecta para tener su propio retrato colgado en un pasillo municipal, en unos momentos en que esa representación podía significar su máxima posteridad posible. Éste fue un detalle abarrotado de semiótica que ha presidido su brillante carrera política posterior y, en gran manera, ha nucleado su acción de gobierno como presidente de la Generalitat. Ahora a Zaplana se le ha presentado la posibilidad de cerrar ese círculo que empezó a trazar en Benidorm mediante un pacto que le brinda el secretario general del PSPV, Joan Ignasi Pla, para que todos los presidentes de la Generalitat puedan disponer de un sueldo y un coche oficial con chófer con cargo al presupuesto cuando dejen de ocupar ese cometido. Cierto es que otros gobiernos autonómicos, cada uno de un modo distinto, disponen de reglamentos en ese sentido. Incluso que la figura del ex presidente debe contar con algún tipo de protección y relieve institucional más allá de lo que le reserva el protocolo en los actos públicos. Pero que de toda la reforma planteada en torno al Estatuto de Autonomía sea justamente ahí donde se produce el único principio de consenso entre el presidente del Consell y el líder de los socialistas valencianos, no deja de tener un efecto hilarante. Sobre todo para Pla, tan fortalecido ahora con el respaldo de la inmensa minoría de la militancia socialista, que en los días de máxima fricción entre los gobiernos del PP y la oposición, y con las vías de diálogo con los sindicatos tronchadas por la arrogancia y el cinismo propio de una mayoría absoluta que se cree eterna, a la mínima que se le presenta se la juega por abonar la factura que le debe a Joan Lerma por su apoyo, a la vez que le pone las tejas a un edificio que todavía no ha construido. Porque después de todo, ya se sabe que Zaplana corre muy rápido y es un campeón.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 22 de junio de 2002