Con su proverbial sentido del humor y generosa perspicacia social, determinados políticos andaluces y nacionales han propagado la nueva de que los trescientos y pico ex manipuladores de la fresa y parados de otros previos menesteres ocupan ahora la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla, por instigación de su Junta Gestora.
Mejor todavía: un conocido cronista, afinando el blanco supongo, ha fabulado la intención de la rectora (y de la vicerrectora) de este centro de dar un braguetazo (risas, por su ingenio) con esas desdichadas criaturas.
En mi ingenuidad, yo pensaría que esta situación se sigue de otras anteriores en las que avispados contratistas, emprendedores empresarios, explotadores explotados (antes, en Alemania o en la vendimia francesa), han seguido la doctrina un hombre, una máquina y, hoy, Moguer, y mañana, Nigeria o Varsovia, que todo se ha de ver.
Tal vez cayeron tarde en la cuenta de que a la mano de obra (barata, se entiende) sigue un brazo, y al brazo, una persona. Y, por más que lo intenta la ciencia globalizadora, las personas no se disuelven en el aire cuando dejan de interesar.
No todo el mundo da la espalda al problema, y así he visto al señor Chamizo (defensor del pueblo andaluz) dialogando con los recién llegados, mientras la policía pide la documentación a todo aquel de piel morena que quiere entrar en el centro y revisa portamaletas, donde de cuando en vez, ¡oh, cielos!, se oculta un libro. ¡Cuánto defensor del pueblo nos falta todavía y cuánto político nos sobra!
Tratando de ser constructivo, me permito sugerir que, o los políticos comienzan a armarse de imaginación, o esta última se ocupará de desarmarlos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 22 de junio de 2002