Nos gustaría que el señor Basozabal, diputado de Obras Públicas y Transportes de Bizkaia nos acompañase un día a visitar el Pagasarri. Le enseñaríamos la aliseda del arroyo Bolintxu, el haya gigante, los robles de más de cuatrocientos años, el nido del halcón, todos esos rincones valiosos que van a desaparecer o desvirtuarse para siempre cuando se construyan, salvo que el señor Basozabal haga algo por impedirlo, la Supersur, la incineradora y el parque eólico sobre Ganekogorta.
Nos gustaría que no nos dijera que no se puede frenar el desarrollo de Bizkaia para salvar unas florecitas y un pájaro. Porque no se trata de eso. Él sabe mejor que nadie que hay otras alternativas -mejorar la red ferroviaria, invertir seriamente en el transporte público- y que no hace falta que esperemos treinta años para ponerlas en marcha. Piense por un momento en el Bilbao que dejará de herencia a sus nietos: una ciudad completamente rodeada de centrales energéticas, infraestructuras industriales, pabellones comerciales y encerrada por varios anillos de autovías y autopistas.
Reflexione, señor Basozabal, quizás merezca la pena hacer un esfuerzo por conservar para las generaciones futuras esos espacios naturales cercanos, a los que todavía se puede llegar a pie.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 22 de junio de 2002