Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
COLUMNA

Corea

Que España gane o pierda puede no ser muy importante, pero tiene muchísima importancia. La vida de los aficionados cambia fundamentalmente de un resultado a otro, de pasar o de no pasar, de ser eliminados a ser campeones. Precisamente a través de un fenómeno que no tiene importancia real, pero que posee una colosal importancia. ¿Cuánta? ¿Por qué? Lo decisivo de la afición al fútbol, como de otras adherencias tenidas por secundarias en la vida común, es que poseen un extraño valor oculto que, al estallar, nos muestra la incoherencia de la vida. Una pena de amor puede ser tan grande como para llevar al suicidio, pero también ha habido suicidios por un 0-2. La receptividad al sufrimiento es un dispositivo bobo que se estimula sin discernir. Jorge Wagensberg, que tanto sabe de ciencia, distingue a los seres inteligentes de quienes no lo son por la capacidad para verse afectados en justa proporción a la importancia objetiva del suceso. Pero, ¿quién puede decir entonces que no es tonto? ¿Quién no se siente triste cuando se pierden las llaves o la paella ha salido muy salada? ¿Quién no experimenta que el mundo se le cae encima cuando su equipo sucumbe y quién no supone que todas las cosas van a ir mejor cuando la selección gana el Mundial? 'La nación necesitaba un milagro y el milagro se ha producido', dijeron las autoridades argentinas de 1978 para capitalizar la sagrada euforia de la población. 'No sólo no hay Dios -decía Woody Allen-, sino que ¡intenta conseguir un electricista en un fin de semana!'. Para los hinchas argentinos no sólo no hay porvenir porque el país se encuentre arruinado, sino porque la esperanza mágica se ha esfumado en la tesitura de ser apartados de la competición. Lo trivial se entrecruza con lo trascendente hasta tejer una confusión continua. Pero gracias a esa confusión aguantamos mucho. Mediante esa mezcla de lo banal y lo fatal somos capaces de reír en los tanatorios, bromear en los hospitales, hacer chistes momentos después de una separación. La vida viene a ser siempre una adversidad porque siempre acaba mal, pero puede también tomarse como estos milagrosos efectos del fútbol que nos afectan tanto sin que nada importe de verdad. ¿De verdad?

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 22 de junio de 2002