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OPINIÓN DEL LECTOR

Al inmigrante, ni agua

Al inmigrante, ni agua. Esta parece ser la lectura que de la reciente cumbre de Sevilla han sacado los responsables de una cervecería situada en las afueras de Vitoria. Intrascendentes para más de uno y, sin embargo, sintomáticos y esclarecedores, a los hechos me remito.

Domingo, 23 de junio. Un día soleado. En la terraza del establecimiento, una pareja joven, con niña, ocupa una de las mesas. Tez morena y pelo azabache, rasgos inequívocamente indios. Posiblemente suramericanos; sin duda, inmigrantes. El camarero se acerca. Serio y expeditivo, les dice que 'ya no se sirven comidas'. Conscientes de que en país extraño de nada sirve protestar, probablemente curtidos de desprecios, se levantan y se van. Se alejan del lugar con la dignidad herida, una vez más.

Allí no ha pasado nada. Son las dos y media de la tarde. En medio de un silencio cómplice y cobarde, el camarero reanuda su labor, tomando nota entre las mesas a nuevos clientes. Habrá quien diga que es un mandado, cumple órdenes del patrón, que defiende su precario (y mezquino) puesto de trabajo. Habrá quien diga que son los empresarios los culpables, esos que para explotar su mano de obra barata no hacen ascos al inmigrante. Habrá quien diga que la culpa es del Gobierno. O de la Europa esa 'una, grande y libre' que quieren construir. Habrá quien diga.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 27 de junio de 2002