Juan Moneo El Torta es un hombre herido. Cayó, y recayó, y volvió a caer -y así durante años- en adicciones que siempre pasan factura. Su ser se convirtió en miseria humana, y su cante tampoco salió indemne. Él, que pertenece a familia gitana de abolengo cantaor, asistió a la destrucción de su persona y de su admirable capacidad para interpretar un arte que es su vida.
Parece que ha reaccionado y está volviendo al cante, tras el necesario periodo de rehabilitación. En Madrid ha comparecido de nuevo ante un público amigo y volcado en su apoyo. Y nos ha recordado los tiempos en que oírle era una gloria. Su ¡ay! siguiriyero fue otra vez un trueno estremecedor que elevó la tensión de la audiencia a un punto culminante, sus bulerías arrancaron olés y bravos de gente joven -era el público dominante-, no toda entendida en el cante, pero sensible para vibrar con lo que oye cuando es verdad de ley.
Recital de Juan Moneo, 'El Torta'
Con la guitarra de Juan Manuel Moneo. Suristán. Madrid, 26 de junio.
Porque El Torta es cantaor de jondura contrastada, que sabe lo que canta y sabe que eso que canta no se puede bastardear. Es oficiante de un flamenco que, quizás, se halla en trance de extinción, como dice un amigo mío, porque son muy pocos los que quedan fieles a la vieja escuela en peligro. Vieja quizás, pero no caduca mientras queden cantaores como El Torta que la mantengan viva. Con su recuperación para el cante tenemos a uno más en esta batalla, que nunca daremos por perdida.
Hay que decir que vimos al cantaor bien físicamente, con voluntad de cantar bien y de comportarse bien. Para el flamenco es una excelente noticia, porque no anda tan sobrado de artistas de esta dimensión. Debemos decir, sin embargo, que sería insensato echar las campanas al vuelo, porque El Torta tiene todavía un largo y duro camino que reocrrer, y en él no podrá permitirse la menor debilidad. Ahora mismo es de nuevo un gran cantaor, aunque le falte plena confianza y seguridad en lo que hace. Lógico en quien lleva tanto tiempo sin cantar como es debido, pero su estado actual nos devuelve la esperanza.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 28 de junio de 2002