Un trío de druidas conjuró los posibles espíritus malignos en la inauguración, ayer, del Festival de Glastonbury. Fue quizá el único acto tradicional en este evento anual del verano inglés al que el mundo corporativo comienza a borrar su peculiar idiosincrasia. Fundado en 1970 con los ideales hippies de paz y amor, el festival ha sucumbido este año al patrocinio comercial y perdido parte de su independencia. No había otra alternativa en manos de su fundador, el granjero Michael Eavis. Por cuestiones de seguridad, se ha visto obligado a levantar una valla metálica para impedir el paso de miles de jóvenes que se colaban edición tras edición. Confía, sin embargo, que el millón de euros que aportan los patrocinadores ayude a mitigar el incremento de gastos sin dañar su habitual donación a causas benéficas. En unas horas, 100.000 personas adquirieron su localidad con derecho a acampada, pero muchos más desearían entrar gratuitamente. Parece no importarles que el cartel de este año brille más por los grandes nombres de antaño, Rod Stewart y el ex diputado Tony Benn entre ellos, que por rockeros aficionados a los excesos. Pero la supervivencia del festival está en juego. Y si la verja cae este fin de semana arrastrará con su peso y púas un único capítulo de la historia popular británica.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 29 de junio de 2002