Ya se sabe que el cobarde necesita de la leva monocolor para sublevar sus instintos trogloditas. Necesita decorar los escenarios de su existencia con proclamas que lo reconforten y reafirmen. No vaya a ser que en algún instante se ponga a pensar y desista. En masa algunos rezuman inquina hacia quien quieren considerar distinto. Y el frontón era una fiesta del deporte vasco, de la mano desnuda, del vigor convertido en tesón para sumar tantos a pie de cancha.
Pero en este país nuestro tenemos un problema gordo: unos pocos escupen odio a quienes representan a muchos; unos cuantos se agachan para que las pedradas no les despeinen ni las ideas ni el plan de mañana; y otros muchos, aun con dificultades, nos dedicamos a protestar, a denunciar la calumnia y a desnudar la mentira de los agresores.
Ana Urchueguía pertenece a este último grupo. Además de coraje y dignidad, ostenta la representación democrática de su pueblo y sólo quien pretenda instaurar una dictadura puede sentir la necesidad de eliminar a la persona elegida por aquél. Aquí precisamos de cien años de democracia y educación cívica para olvidar tanta imposición, violencia y acuartelamiento. Cuando levantan airados la pancarta de Faxismoari stop, ¿interpelan a quien realmente utiliza modos fascistas de coacción e imposición? ¿Se creen realmente que sólo ellos son las víctimas incomprendidas y todos los demás somos unos recalcitrantes verdugos de sus ideas?
No podemos admitir siniestras amenazas, como la que acaba de recibir José Luis Vela. Y agradezco que se quede, porque necesitamos de la savia y el acervo de todos.
Muchas gracias, Ana, por no arrojar la toalla, por tu dignificante calma, por no devolverles el hielazo a quien no se merece ni agua. Somos mayoría los que estamos a tu lado, en Lasarte, en Andoain y en Euskadi. A todos nosotros nos hirieron el pecho. Espero que este dolor compartido apacigüe un poco el tuyo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 29 de junio de 2002