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VISTO / OÍDO

Los nietos de los ladrones

Desde niño sé que vivo en un mundo de asesinos, aunque me quedaba una cierta capacidad para discernir entre los nuestros y los otros. Como ganaron los otros, los vi pasar de asesinos a ladrones; si hubieran ganado los nuestros, hubiera pasado probablemente lo mismo porque lo que se llama 'los nuestros' de una manera ideológica no está entre los asesinos y los ladrones de ningún bando. Somos usted y yo. O tú y yo. Y de mí mismo no estoy muy seguro: los enfermos de culpabilidad nos sentimos por lo menos cómplices de los robados. Lo que ha variado de épocas es que se necesita matar menos para robar. Leo al presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores decir que en España debe haber bastantes casos como los que ahora escandalizan desde Estados Unidos. No me sorprende: recuerdo el canal de Panamá, o los rublos rusos, o el 'estraperlo' de Lerroux. Entonces se llamaban 'affaires' porque el dominio de esta combinación de política, milicia y banca venía principalmente de Francia; Inglaterra era más poderosa, en Estados Unidos estaban aprendiendo velozmente.

Pero han llegado a un dominio de la situación admirable: han acabado con las guerras que marcaron el mundo hasta la mitad del siglo pasado, su creación filosófica de acabar con la URSS en una guerra que no sucedió ha sido una obra de arte que culmina con la suma al imperio de los 6+1; pero tan maravilloso en el arte del robo militar como las guerras de Afganistán y, antes, la estafa del Golfo. La de Palestina es una guerra antigua porque todavía da muertos propios, aunque los maten unos drogados de Corán. Como obra de arte de primera magnitud, la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York se podría coronar si se descubriera que los drogados de ese día estaban manejados por el servicio secreto de Israel.

A partir de estos momentos estelares y los que pudieran venir -¿habrá que destruir Irak, Argentina?- el robo es libre. Se puede hacer más burdamente, como estos abanderados del capitalismo que convocan los jueces, pero no hace falta. (Sí, había ladrones cuando yo era pequeño y subía a casa la compra: los que pesaban la carne envuelta en papel de estraza, los que echaban agua a la leche. Quizá éstos sean sus nietos).

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 29 de junio de 2002