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Crítica:TEATRO

Risa lúgubre

Famoso, divertido y misterioso libro del conde polaco Jan Potocki (1761-1815), que lo escribió en francés, ambientado en España, donde se suponía que podían ocurrir cosas sorprendentes en torno a la religión católica y los disparates de sus protagonistas; se ha dicho que es 'goyesco', y bien pudo conocer el estilista polaco la obra del pintor aragonés: yo lo veo entroncado con la novela gótica, pero con más fuerza crítica, más defensa directa del racionalismo y de ataque a la religión. Y, pasado por las manos de Nieva y convertido en teatro, más propio de nuestro inteligente autor y de sus tiempos; ni digo que éstos no lo sean como son también los míos (creo que somos coetáneos), pero me refiero a la época en que comenzó a deslumbrar con sus obras, cortas y largas, detenidas por la censura, y más que por ella, por la dictadura empresarial.

Manuscrito encontrado en Zaragoza

Obra de Francisco Nieva, basada en la novela (1805) de Jan Potocki. Música de Ignacio Nieva- Intérpretes: Juan Ribó, José Carlos Gómez, Juanma Navas, Walter Vidarte, Julia Trujillo, Beatriz Bergamín, Ángeles Martín, Juan Matute, Emilio Gavira, María Cambada, Yalina Letamendi, Marta Beatriz.- Vestuario, Rosa García Andujar. Escenografía y dirección: Francisco Nieva. Centro Dramático Nacional, en el Teatro de la Latina.

Gritos de entusiasmo

Puede decirse que Nieva y teatro, negro o gótico, o mágico, burlón, sardónico, imaginativo. No sé cuándo escribió este Manuscrito encontrado en Zaragoza, obra más propia que del conde, pero sí que tuvo el premio nacional de literatura dramática hace más de diez años: un premio que se concede al teatro publicado en libro.

Por eso muchas de las cosas que se ven en esta comedia recuerdan más a aquel Francisco Nieva que a este teatro de ahora -menos mal- o tal novela. Un espectador gritó, al final de la representación: '¡Esto es teatro!', entre otros gritos de entusiasmo que se oían por la sala entre aplausos incesantes. Esto, sin duda, era teatro, aunque tenga fragmentos narrativos y relatos de cosas que no se ven entre las escenas directas y burlonas.

Era una representación un poco especial, llamada 'preestreno', palabra imposible porque estrenar es representar por primera ante el público: estreno no hay más que uno, como pasa con la virginidad. Quiero decir que era un público 'preinvitado', que tenía quizá más entusiasmo, por su privilegio y prioridad, que el del 'estreno' impropiamente dicho. Y que rendía a Nieva el homenaje que le debemos todos, o no se lo debemos porque lo pagamos con entusiasmo cada vez que se presenta ante nosotros.

Probablemente el espectador tenía razón, como la tenían todos los demás que aplaudieron al largo reparto, y a los artistas de iluminación y trajes, pero es teatro que no solamente repite, sino que cansa, que tiene menos 'inventos' que aquél, pero que mantiene lo que más valió a nuestro autor, hasta llevarle a la Academia: el lenguaje, el diálogo, los encuentros verbales, con esa mezcla de oscuridad y brillo intenso que sabe dar a algunas escenas.

Coronado así por el éxito en este estreno, que supongo refrendado por el de las autoridades e invitados al segundo estreno (no, no se puede decir; aunque realmente se puede decir todo) y deseo que se mantenga en las representaciones ordinarias, en las de cada día. Lo merece.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 8 de julio de 2002