Hace ya unos minutos que estamos esperando que ella encuentre los billetes para poder entrar en el cine. La gente de la cola se comporta. Las protestas, calculamos, tardarán unos minutos en llegar; y luego, las groserías.
Rebusca en el bolso, sin método, como si amasara harina con una mano. Ha sacado ya tres cartones que nos hicieron concebir esperanzas. El primero era una tarjeta de restaurante; el segundo, un billete de metro; el tercero, una entrada de cine, pero de la semana pasada. 'No..., si han de estar aquí', sonríe con esfuerzo. '¡Hay que ver cómo soy!'. Su acompañante, habituado, se hace el sueco y ni siquiera se permite una sonrisa de superioridad.
Procede entonces a vaciar el bolso y nos entrega un abultado billetero repleto de facturas, publicidad y cartas, la agenda con adhesivos que asoman entre sus páginas, la bolsa de cosméticos, el tabaco, la funda de las gafas, el bolígrafo sin capucha, el móvil, un mapa de carreteras ('¡uh, mira dónde estaba!'), un pañuelo estampado, varios kleenex, un peine, dos fotografías de pasaporte, un recorte de diario.
En la cola comienzan las protestas. '¡Que no se pongan bordes, o será peor!', masculla con ira. Mira al controlador y le dirige una sonrisa seráfica. 'Perdone, pero es que..., ¡hay que ver cómo soy!'. Llega al fondo del bolso y comienza a escarbar. Como de la chistera de un mago salen monedas, caramelos, una pinza para el pelo, un botellín de laca, dos calcetines ('es por si tengo frío'), y se encoge de hombros cargada de razón.
Ahora ya se oye alguna grosería, y el amable controlador nos ruega que dejemos correr la cola. Sin esperanza, vemos entrar a la gente. Son educados, y sólo un par de jovencillos nos miran con sorna.
Mucho más tarde, en la cervecería, ella menea la cabeza una y otra vez sin dejar de buscar los ya inútiles billetes, que sin duda han de estar por ahí, en algún lugar. Está muy enfada con nosotros aunque sólo le dirija la palabra a su acompañante. 'Bueno..., oye, tú ya lo sabes, siempre lo has sabido; yo soy así y siempre he sido así; no voy a cambiar ahora, de repente'. Todos sabemos, en efecto, cómo es. Pero ella no tiene ni idea.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 10 de julio de 2002