Quisiera agradecer, una vez más, a la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid su esfuerzo por lograr un correcto funcionamiento de los institutos de enseñanza secundaria.
Es difícil, en cualquier caso, aceptar un proyecto de centro a largo plazo.
Es mucho más difícil implicarse personalmente en él. Si uno, además, decide formar parte de una junta directiva, es casi un suicidio.
Cuando eso ha ocurrido, y han pasado dos años, y se han hecho proyectos para mejorar el centro, de casi dos mil alumnos, y los planes de desarrollo del año siguiente están esperándote en una carpeta, y piensas en cómo lograr esto o aquello. Cuando tus alumnos te piden que te quedes.
Cuando algunos compañeros -suponer unanimidad sería ridículo- te piden que continúes.
Cuando mañana comienza el nuevo curso desde jefatura de estudios, y dos semanas haciendo grupos, y un trabajo expectante... llega la noticia de la consejería: su destino está en otro centro, con otra gente, con otros alumnos, diferentes problemas.
Y todo lo que has hecho, lo que estás haciendo, lo que harás, todo, se derrumba.
Administrativamente impecable. Un desastre de eficiencia.
Adiós, compañeros. Que os vaya bonito. Gracias otra vez, señor consejero.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 13 de julio de 2002