Anoche, Gran Hermano intentó convertir en comedia lo que durante 101 días había sido un drama. Sus responsables han tenido que exprimirse las meninges para encontrar nuevos señuelos. A diferencia de la primera edición, los concursantes podían calcular el efecto que producían sus excesos. Pero esta no ha sido la única novedad. El cambio de Mercedes Milá por Pepe Navarro ha introducido una agresividad que ha coincidido con las tensiones internas auspiciadas por un casting que mezcló gasolina con mecheros. No faltó la polémica, adosada al supuesto lesbianismo de dos aspirantes. Mientras Milá defendía el experimento sociológico, Navarro ha cultivado el lado más prosaico del espectáculo. Su actitud provocadora ha contribuido a poner a GH en su sitio: el de una nueva y fructífera era de concursos. Así como en otros países apuestan por el morbo guarrindongo, aquí se guardan esta carta para el futuro y no dejan que el invento degenere. Resultado: un aburrimiento que explica el fracaso de la emisión de 24 horas. Ni siquiera la simpatía y el vestuario de Paula Vázquez han conseguido igualar la expectación de los GH 1 y 2.
A diferencia de Mercedes Milá, Navarro ha cultivado el lado más prosaico del espectáculo
Lo mejor de esta tercera edición y su, dadas las circunstancias, considerable éxito han sido los antagonistas. Pepe Navarro, claro, pero también Raquel, que creó las cizañas indispensables para que GH arrancase y que, hasta ayer, mantuvo su prurito teatral haciéndose la ofendida con Kiko, que quedó tercero. Y Noemí, eliminada pronto pero que defendió con uñas, dientes y alguna otra parte de su anatomía su derecho a chupar del bote. Y, dentro de la casa, las subcampeona Patricia, diva y reina de la discusión. Su mortificante y aguerrido carácter, anunciado con aquella entrada en la que, llorando, declaró que iba a ser la Bustamante de la casa, ha arrasado con el infantilismo de la superpandi. "Vete a tomar pol culo" ha sido su filosófico lema y, a estas alturas, ni siquiera Kiko, con el que figura que ha vivido un idilio, la soporta. Merecía ganar. Nadie, ni siquiera Óscar, tenía derecho a desbancar a una de las malas televisivas más creíble desde los Hermanos Malasombra.
Pero he aquí que, a las 22.48 horas de ayer, la audiencia decidió darle un final feliz a GH. Españoles todos: siento tener que comunicarles que ganó Javito, un gallego trabajador, con esto, buena persona y que llegó al plató en helicóptero. Minutos antes, el veredicto había llegado también por aire, pero lo trajo un hermoso rapaz. La escena prometía: brujas, pajarracos, cabras ordeñadas, el atrezzo ideal para un desenlace de terror que consagrase a Patricia y al mal rollo que ha imperado en los 101 días de Guadalix. Pero no. La España del pocasnueces.com decidió que ganase el mejor y hacer justicia. Como si la justicia tuviera algo que ver con el espectáculo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 15 de julio de 2002