En los últimos días ha saltado a la opinión pública, a través de los medios de comunicación, la pasmosa noticia de los argumentos de descarte para los solicitantes de empleo en una cadena de supermercados madrileños.
Se han generado todo tipo de opiniones de periodistas, personajes del ámbito sindical o político, ciudadanos de a pie, etcétera.
Sin embargo, a pesar de considerarme una persona medianamente informada, me ha dado la impresión de que todas esas opiniones se han enfocado hacia la misma dirección, es decir, la privacidad de los datos, el talante excluyente por causas de raza, aspecto exterior o situaciones civiles, etcétera.
En mi opinión, los árboles han impedido ver el bosque a más de uno, y es que, querámoslo o no, los empresarios son libres de pretender emplear en sus empresas a quien les venga en gana; blanco, negro, hombre o pelirroja.
Otro asunto es el de las formas, descalificantes y soeces, con las que se llevaron a cabo en el caso que nos ocupa Y, sospecho, en no pocos más.
El problema, y eso sí que es un drama, es que el mercado laboral de esta 'España va bien' sea tan lamentable como para que los empleadores, una y otra vez, puedan llevarse el gato al agua no sólo en cuestiones de aspecto exterior resultantes de raza, aliño personal o estatura, sino que, además, pueden exigir espléndidos currícula a cambio de salarios de subsistencia.
No tardará en llegar el día en el que la noticia sea que alguien es no apto por causas religiosas o por no poder documentar debidamente su afección al régimen ni siquiera con una fotocopia de la papeleta de voto.
El causante de todo es el desequilibrio entre la oferta y la demanda laboral; en otras palabras, el bendito paro.
El sistema capitalista y sus legiones de acólitos y palmeros se frotan las manos a cada incremento en las listas de desempleo; es hora de actualizar aquel viejo chiste:
-Señor presidente, el periódico dice que en España hay tres millones de parados.
-No se preocupe, usted y yo sabemos que hay bastantes más.
Por tanto, no debiéramos escandalizarnos al leer joyas como 'no apta, separada'.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 17 de julio de 2002