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LA CRÓNICA

Cargos perpetuos y mandos a distancia

Por lo que se va divulgando, la administración del Palau de la Música de Valencia -brillante en otros aspectos- no es un ejemplo de pulcritud administrativa. Añadamos que muy a menudo ha estado bajo la sospecha de practicar el clientelismo en punto a personal laboral y proveedores. Quizá los grandes conciertos han impedido oír estos crujidos. Pero ahora mismo, ¿cómo se explica que se efectúen las pruebas de unas oposiciones convocadas hace siete años? Es obvio que únicamente convienen a los opositores que son interinos y que deben convocarse de nuevo con todas las garantías y plazos adecuados.

No es ubicuo, pero lo parece, decimos del ministro Eduardo Zaplana, convertido en una suerte de lanzadera entre Madrid y las tierras valencianas, donde ultima los adioses presuntamente provisionales sin soslayar un momento sus nuevos cometidos gubernamentales. En realidad, diríase que no ha dejado un solo instante el escenario de la Generalitat, y tal es la confortable sensación que tienen sus gentes, sintiéndose amparadas por quien ha sido -y sigue siendo- su valedor indiscutido a lo largo de este septenio.

A este respecto, no hay visos de que la situación cambie lo más mínimo, pues el ex presidente lo ha dejado todo bien atado y habrá que estar pendientes de cómo administra su preeminencia desde la distancia. Tampoco esto sería una novedad. Su predecesor al frente de la autonomía, Joan Lerma, mediante prácticas más o menos disimuladas, no ha dejado de mover los hilos del PSPV interfiriendo todo cuanto ha podido en sus crisis y eventuales desenlaces. Tiene uno la impresión de que estos personajes que han poseído todo el poder en la plaza se sienten imprescindibles y obligados a prolongar su tutela sobre el partido que han patrimonializado.

En el caso del dirigente socialista es obvio que su influencia se va atenuando por imperativo del relevo generacional. No acontece lo mismo con el nuevo ministro, acerca del cual es prematuro y sería temerario que se suscitase la mínima contestación de sus afines. Ya estallarán las zozobras partidarias. Ahora, ni siquiera se ha oído públicamente entre los suyos la menor objeción al procedimiento electivo de Zaplana como senador territorial. Y me estoy refiriendo a correligionarios que, por su experiencia jurídica, reputan chapucera la interpretación 'sistemática y teleológica' (al decir de un letrado tronado) de la legislación que ampara esta investidura senatorial. Por cierto, si es incompatible la condición de ministro y senador territorial, como alecciona el sentido común, cámbiese la ley y no se recurra a picardías legalistas.

Ignoramos si con todo este trajín que ha exigido la toma de posesión de la cartera de Trabajo y traspaso de poderes de la Generalitat, su titular, que es al tiempo presidente del PP valenciano, ha tenido alguna participación en el listado de los alcaldables de su partido. Como mínimo, los encargados de decidir este capítulo, habrán requerido su opinión que, a la vista de los resultados, no ha servido para relevar a ninguno de los que hoy empuñan la vara de mando en las capitales del País Valenciano. Ni siquiera se ha dado boleta al regidor de Alicante, Luis Díaz Alperi, cuando él mismo se daba por amortizado. También es verdad que, dada la inanidad del candidato que le opondrá el PSOE, no hay motivo de alarma y hasta el mentado Alperi puede hacer un buen papel.

En punto a Valencia y Castellón sólo puede decirse que se han cumplido las previsiones. Rita Barberá, la alcaldesa del cap i casal seguirá una legislatura más, y así hasta que le plazca. Algo similar acontece en el taifato de La Plana, donde impera la voluntad de Carlos Fabra, el 'cacique' provincial del PP. En estas plazas no hay indicios de renovación, como a fin de cuentas tampoco los hay en aquellas en las que el PSPV está bien asentado, como es el caso, entre otras, de Torrent, donde el socialista Jesús Ros ya ha sumado su tercer quinquenio y todavía piensa probar suerte con vitola de ganador. Razón tiene este incombustible torrentino cuando reclama para los ediles la cobertura del paro. ¿Quién vuelve de hoz y coz al modesto tajo o al aburrido oficio después de tantos años de tronío?

Todo lo cual nos aboca a la necesaria limitación temporal de los cargos electivos si realmente se quiere airear la democracia acentuando la dimensión participativa de los ciudadanos. Los presidentes José María Aznar y Eduardo Zaplana han sentado un precedente que debiera articularse constitucional y estatutariamente, proyectándolo a las corporaciones locales e incluso enriqueciéndolo con la elección directa de los alcaldes. Nadie debería permanecer más de ocho años sucesivos en una poltrona o escaño, pues a partir de ese plazo no es raro percibir síndromes de rutina, corrupción o necrosis. Ni tampoco nadie, una vez cumplida la misión, debiera confundir el escenario que deja con guiñol que mueve a su antojo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 21 de julio de 2002