Como peatón, y obedeciendo los consejos de la última campaña de la DGT, pido perdón a todos los automovilistas de este país por interponerme en su camino. A partir de ahora, prometo utilizar mi sentido común para no estorbarles cuando se salten los semáforos; prometo darles preferencia en los pasos de cebra; prometo no interrumpir su marcha cuando tenga que bajar a la calzada porque haya un todoterreno aparcado encima de la acera. Lo que no puedo asegurar es que, a pesar de todo el esfuerzo, mi sentido común no acabe esparcido por la carrocería de un coche que vaya al doble de la velocidad máxima permitida y al que no haya visto aparecer. Sería terrible que por mi culpa se creara un atasco y bajara la velocidad media de los vehículos.
Propongo una medida infalible para acabar con los atropellos: obligar a los peatones a movernos por la ciudad a través de las alcantarillas, siempre que se nos dé preferencia sobre las ratas.
Al final va a ser verdad aquello de que el sentido común es el menos común de los sentidos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 23 de julio de 2002