Lo que sucede en este país nuestro empieza a no tener nombre. Aunque mucho me temo que no tardará en ponérselo alguien. Algunos vascos, por un lado, pidiendo la independencia de no se sabe muy bien qué, aunque sí el cómo. Algunos catalanes, por otro, agazapados detrás de la zarza para ver qué pasa y por dónde y a qué velocidad y si tiene cuernos. Marroquíes pisando los callos que saben que nos duelen para ver si saltamos... Esto último viene a cuento porque, a lo que se ve, nadie parece darse cuenta de algo tan absolutamente obvio como las extraordinariamente pocas noticias, ni buenas ni malas, que nos llegan de allí. Me resulta claro que Marruecos (los que mandan, digo) ven claramente que su pueblo terminará por saltar más pronto que tarde (contra ellos, digo): no todos pueden saltar el Estrecho ni tienen por qué ni quieren. Este tipo de escaramuzas con España les viene de perlas (a los que mandan, digo), por mucho que se arriesguen a lo que se arriesgan, que ellos sabrán. Lo que sea sonará, eso desde luego. Pero que sepamos todos que después del sonido llegará el silencio. El tipo de silencio lo definiremos entre todos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 23 de julio de 2002