El Papa sorprendió ayer a los fieles católicos y a las autoridades canadienses en el aeropuerto de Toronto al bajar por su propio pie las escalerillas del avión que lo trajo desde Roma. Fue sorprendente ver al anciano Pontífice descender penosamente los peldaños, aferrado a la barandilla y al brazo de uno de sus secretarios personales. Toda una demostración de la tenacidad del Papa, que a los 82 años no se resigna a ser dominado por la enfermedad.
La fragilidad de que dio muestras en su visita a Azerbaiyán y Bulgaria, en mayo, cuando hubo de utilizar un ascensor para subir y bajar del avión, y fue incapaz de leer sus discursos, pareció ayer lejana, al menos aparentemente.
Sin embargo, sectores del Vaticano parecen ante todo preocupados por controlar las informaciones que se publican sobre la salud del Pontífice y sus necesidades de atención médica. A este respecto, miembros del séquito papal precisaron que en el avión viajan sólo los dos médicos del Pontífice, el de cabecera, Renato Buzzonetti, y el cardiólogo Patrizio Polasca, además de sor Tobiana, una religiosa enfermera.
Juan Pablo II leyó en francés e inglés su breve respuesta al saludo -también bilingüe- del primer ministro canadiense, Jean Chretién, pero las últimas frases se perdieron en el mismo rumor confuso que caracteriza desde hace tiempo su hablar. Aun así, el Pontífice apareció recuperado y dispuesto a desmentir los vaticinios pesimistas de los medios de comunicación.
Esta especie de desafío del Papa a quienes le dan ya por acabado va acompañado por una pequeña rendición, la que le ha llevado a aceptar los consejos de médicos y colaboradores para empezar su visita a Canadá (a la que seguirán etapas en Guatemala y México) con un descanso de casi tres días en Strawberry Island, un lugar de reposo a 95 kilómetros de Toronto. Wojtyla abandonará brevemente este retiro el jueves, para reunirse con los jóvenes que han acudido a Toronto a celebrar la Jornada Mundial de la Juventud, el gran encuentro de jóvenes que el mismo Karol Wojtyla creó en 1985.
La convocatoria de Toronto, donde se concentran ya unos 300.000 jóvenes de todo el mundo, no ha tenido el eco esperado por la deserción masiva de los católicos de EE UU debido, según los representantes de la Conferencia Episcopal canadiense, al temor a nuevos atentados terroristas. Lo cierto es que la Iglesia de Estados Unidos atraviesa una crisis profunda a raíz de los escándalos de pederastia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 24 de julio de 2002