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COLUMNA

La torre de Babel

Van un francés, un italiano, dos belgas, un austríaco, un húngaro, un surafricano, uno de Torrelavega y otro de Ermua, es decir, el vasco y el cántabro, y se juntan, y dicen dándose importancia: vamos a correr el Tour; llegan allí, rompe el hielo el francés, y dice: en mi país...

Podía ser el comienzo de uno de esos chistes internacionales que tan de moda estaban hace unos años -parece ser que el espíritu europeo ha calmado esté cachondeo multicultural-, pero que va, no es ni más ni menos que lo que me encuentro cada día cuando voy a desayunar, cuando hacemos la reunión previa a la etapa o cuando tomamos el café después de la cena.

Y en esta torre de Babel, ¿en qué se hablará?, se preguntará más de uno. Pues en italiano, aunque pueda parecer extraño. Tenemos como primer patrocinador a una empresa italiana, y como segundo a otra belga, así que en cierta manera es lógico que el italiano sea la lengua común entre esta cuadrilla de hombres anuncio que es lo que en el fondo somos, vengamos de donde vengamos.

Por suerte, más o menos todos nos defendemos con cierta dignidad, así que, bueno, aunque siempre hay algún que otro equívoco, que no suele pasar de mera anécdota, no tenemos mayores problemas de comunicación.

Ahora bien, en el pelotón cambia un poco la cosa; el italiano lleva la voz reinante, aunque enriquecido con ciertas expresiones francesas y españolas sobre todo, que sólo lo hacen inteligible para los que llevamos unos años aquí. Ves un coche en la cuneta, y el instinto te dice: ¡occhio, machina!, y da igual que seas de Singapur, así es, y así será. Quieres pasar al grupo para llevar agua a tus compañeros, y gritas: ¡service, service!, ¡y todos te entienden!, y hasta Armstrong te deja pasar. Así que tú, agradecido que eres, le dices: ¡grazzie! A domani.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 27 de julio de 2002