Mi vecino Antonio, hombre erudito, conocedor de la astronomía, la filosofía y otras artes y ciencias, ha aprendido a tocar la flauta, o la armónica, que para el caso es lo mismo. Hace tiempo que lo veo paseando mientras toca su armónica entre la jara y las encinas de nuestro trocito de sierra: nuestra colina solitaria en invierno y bulliciosa en verano. Cuando se cansa de nuestra colina verde se asoma al pueblo y sin miedo al qué dirán se pasea por las calles, entre las casas blancas, y va prendiendo sus notas musicales en los geranios de los balcones hasta que cae la noche, el sol se esconde tras las espaldas milenarias de Sierra Morena, y Antonio vuelve a casa, después de refrescarse en algún mesón de aquellos que nombrara Cervantes en las Dos Doncellas.
Mi amigo y vecino me recuerda a aquel flautista del cuento que fue contratado por el injusto alcalde de Hamelín para limpiar de ratas el pueblo, quién sabe, a lo mejor el alcalde de Castilblanco de los Arroyos te necesita para que te des un paseo por la calle 1 de Mayo y por la plaza de la Iglesia, donde se esconden algunas ratas todo el año.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 30 de julio de 2002